martes, 31 de agosto de 2010

El comienzo de una novela o de un cuento - II parte


Acabamos de ver en el ejemplo anterior cómo el principio de la historia se basa en dar datos al lector, aunque éste aún no pueda interpretarlos enteramente por carecer de material que le permita ir forjándose una hipótesis de historia.

Todo lector se va haciendo en su cabeza una idea de cómo va a empezar la historia (por eso el título es importante), aunque aún tenga muy pocos datos (portada y contraportada del libro que tiene en sus manos y que no sabe si leer o no). Razón por la cual insisto en la importancia de las primeras páginas para atraer al lector a la novela, tal y como se atraerían dos amantes, con entera entrega y sin condiciones. Vuelvo a insistir en que este ritmo de interés hay que mantenerlo en todo el relato, lo que no es fácil, pero sí posible. Escribir es una tarea ardua que exige por parte del escritor mucho trabajo previo para que al lector todo le parezca que fluye de la manera más natural.

Y si en nuestro primer comienzo hemos dado unos pocos datos que generan expectativas e imaginación, os presento ahora un segundo principio en el que hago todo lo contrario: establezco un misterio sin apenas dar elementos de porqué lo que sigue a continuación tiene que ser misterioso.

En primer lugar, establezco un antes y un después en la vida del protagonista, un guionista de cine que se divorcia en Nueva York y pasa a vivir a Los Ángeles; estos cambios siempre indican que se quiere vivir de manera diferente y que, por lo tanto, algo ocurrirá.

El resto de estas primeras páginas está dedicado a un mujer de la que poco o nada sabemos pero que parece ejercer una atracción extraordinario sobre los personajes, sobre el protagonista y, obviamente, sobre el lector. A partir de aquí, se trata de incidir en estos aspectos y añadir otros más, como el hecho de que el protagonista sea cajún, es decir, descendiente de los franceses que se establecieron en Luisiana desde 1755 y que, hasta la fecha, han conservado su lengua y su cultura. Es una pincelada de exotismo que no tendrá más relevancia en el relato, pero que, para el momento, vale su precio en oro como elemento de seducción.

En tercer lugar, la presentación de una célebre actriz, a la que todo el mundo parece conocer y admirar salvo el recién llegado protagonista. A partir de aquí no s conveniente mantener tanta tensión: es necesario ir dando respuestas que nos llevarán a otras preguntas, con lo que el ritmo del lector se apacigua al tiempo que da la oportunidad al escritor de ir preparando sus siguientes jugadas.

Pasemos, sin más, a contemplar el comienzo de este relato que se encuentra en el Manual del buscador de oro, en las páginas 28, 29 y 30 de su borrador:

Comienzo 2:

La conocí cuando me trasladé a vivir a Los Ángeles, después de mi divorcio. Había encontrado un trabajo en la industria cinematográfica lo suficientemente bien remunerado como para permitirme un apartamento en las afueras de Sausalito. Desde los amplios ventanales de mi salón veía el mar, girando y rizándose siempre de manera diferente. Me pasaba las horas muertas sentado en una butaca, cara al océano, mientras intentaba pensar en el guión que me habían encargado. El mar no me ayudaba mucho en mi trabajo: sólo cabe prestarle atención a él, es una sinfonía de luz, formas y colores realmente absorbente. En Nueva York, donde vivía antes, las ideas fluían antes, gracias a que mi despacho sólo tenía un ventanuco y lo único que veía eran los papeles que iluminaba el flexo de mi mesa. Nunca he sabido por qué, pero el ruido de los niños, las voces de mi mujer y lo poco que me comunicaba con ella me daba la inspiración para imaginar paisajes maravillosos y situaciones extraordinarias. Por eso pensé que, si debía cambiar de ciudad, tendría que ser a un paisaje mítico del cine clásico. Tarde tiempo en desengancharme del mar y poder empezar a trabajar seriamente. Lo logré por las noches, oyendo únicamente el rumor de las olas abatiéndose sobre la arena. Por las mañanas iba a los estudios de rodaje e intercambiaba opiniones con el director, el productor y los actores sobre los cambios que el rodaje iba exigiendo al guión. Normalmente no eran muchos, pero me exigía replantearme la historia cada vez. Además, me habían encargado el guión de una gran producción, que absorbía la mayoría de mi tiempo. Los rodajes a los que asistía eran de una serie dramática sobre hospitales; no me interesaban mucho, pero me permitían conocer a caras nuevas, directores con futuro y productores con imaginación.

Hacía tres meses justos que trabajaba para los estudios de la Universal cuando se armó un gran revuelo en mi plató; todo el mundo se agolpaba en una de las puertas de salida; cámaras, scripts, tramoyistas, ingenieros de sonido, directores de fotografía, operadores, lanzaron un grito de admiración y corrieron. Yo me quedé parado, pensando que se trataría de algún gran artista que pasaba por allí; no obstante, pensé, es algo bastante común en unos estudios. Agarré por un hombro a un asistente rezagado.

- ¿Qué pasa ahí fuera?

- ¡Ha vuelto Christine West! ¡Ha vuelto Christine West! - Se soltó como pudo de mi mano y se fue volando.

No había oído ese nombre en mi vida y les aseguro que hace años que trabajo en la industria cinematográfica. Sé que Hollywood es una caja de sorpresas que promociona estrellas, que las hace subir y que las hace caer. Pero ese nombre era totalmente nuevo para mí. Christine West. Y tan pronto como la gente había salido, entró y cada uno se puso en su puesto ante las órdenes del director. No volví a acordarme del incidente hasta el día siguiente. Me habían encomendado gestionar unos asuntos de papeleo en un plató cercano. Debía hablar con el productor del film que allí estaba rodándose. El guarda de seguridad revisó mi petición y me dejó entrar en las oficinas. Y me crucé con ella en un angosto pasillo. Era la mujer más bella que había visto en mi vida, alta, delgada, una rubia natural de ojos azules como el océano profundo, un pedazo de mujer. En ese momento no supe que se trataba de ella, sólo vi una mujer extraordinariamente bella. Pasé a la oficina de mi posible patrocinador y despaché con él los asuntos que hasta allí me había llevado. Cuando nos despedimos, le pregunté:

- Ned, ¿quién es esa mujer que salía de tu despacho antes de que entrara yo?

- No te preocupes por ella, Cant, su buena estrella apenas durará quince meses más. No merece la pena. Ha tenido mala pata, nunca mejor dicho.

No hice más preguntas y salí contento de las decisiones que habíamos tomado. Me dirigía hacia mi Buick y, en la salida, un coche tardaba demasiado en mostrar su licencia al guardia. Yo conocía ya al guarda, así que bajé de mi auto y le dije al seguridad:

- ¿Pasa algo, Sam?

- No, no, señor Cant. La señorita no encuentra su pase de salida.

Entre los nuevos en los estudios de Hollywood se establece siempre una rápida simpatía. Resultaba evidente que Sam no conocía a la señorita que buscaba desesperadamente en su bolso el tiquet de salida. Y la volví a ver como si de una aparición se tratara. El guardia ya no conocía a Christine West.

- Sam, déjala pasar, es una amiga que trabaja aquí.

Sam abrió la verja y pasó primero su coche, después el mío. Me hizo señas de que parara en el aparcamiento de las visitas.

- Muchas gracias, señor...

- Cant, Jean-Paul Cant.

- Bonjour, vous êtes Français?

- No, soy tan americano como usted. Pero es cierto que soy de origen francés.

- ¿Quizá por eso le queda ese pequeño resto de acento?

Siempre me recordaban mi dificultad para pronunciar la erre americana, que yo hacía a la francesa. No me molestaba que me lo dijeran, menos si era una guapa mujer. Entonces contaba de manera muy reducida mi historia étnica:

- Nací y viví en un pequeño pueblo de Luisiana, Eunice. Allí sólo hablamos francés.

- ¡Ah! Un cajún, ¡qué interesante!

Su voz era clara y bien impostada; me extrañó que supiera que allá, en mi pueblo, fuéramos franco-americanos; es algo que la gente suele desconocer. Me resultaba una persona muy interesante.

- Y ahora que lo pienso- continuó- su rostro moreno, sus largos brazos y su barba imposible de afeitar indican un claro origen latino. Claro que también podría haber sido italiano.

Sus razonamientos eran de una lógica que demostraba una inteligencia más allá de su cuerpo.
Pensé que sería una buena idea conocerla mejor.

- Podemos ir a tomar una copa esta noche. ¿qué le parece a las siete en el Mom's?

- Dudo mucho que , cuando me conozca mejor, quiera que le vean conmigo, sobre todo si tiene algún futuro en este lugar de tiburones.

No sé por qué se rodeaba de un halo de misterio, lo que atraía aún más mi atención.

- ¿A las siete en el Mom's?

- De acuerdo. Por una vez seré puntual.

Llegué al Mom's a las siete menos cinco y ella ya estaba sentada en una mesa. El Mom's era una cafetería al antiguo estilo: mesas redondas, con faldones, lámparas de pie no demasiado iluminadas, reproducciones de cuadros clásicos en las paredes. Pete, el barman, no se inmiscuía en ninguna conversación y, en general, los clientes no se miraban unos a otros. Pedí un martini dry; ella estaba tomando lo mismo. Me extrañó esa puntualidad extrema, pero, en fin, ya me lo había advertido.

- Me alegro de que ya se encuentre bien, señorita West.

- ¡Oh! -me interrumpió- Creo que sería mejor dejarnos de formalidades.

- Tienes razón-, asentí-. He oído decir que has estado una temporada fuera del circuito.

- Así es, un accidente de coche demasiado rápido ha frenado mi carrera.

- Bien, por lo que veo ya empiezas a coger velocidad otra vez.

- No sé por qué supones eso.

- Recuerda que nos cruzamos en el pasillo de los despachos de producción.

Sin duda había algo que no quería decirme o bien que estaba retrasando. Me suelo sentir incómodo en este tipo de situaciones: personalmente prefiero decir lo importante al principio.

- Fui a pedirle trabajo a ese hijo de puta-. Su mirada se volvió dura y su voz, de nuevo, inflexible. De todas formas -cambió de tema- he venido aquí a pasar un buen rato, no a hablar de mí.

Me daba continuamente la impresión de que ella creía que yo sabía quién era; esto no hacía sino aumentar mi curiosidad por esta mujer. Lo intenté por otro camino.

- Hace poco que trabajo en Los Ángeles; antes estaba en Nueva York.

- Cuando se hace un viaje de costa a costa, será porque hay ventajas.

- No creas; por supuesto, es más fácil encontrar aquí a alguien que te ofrezca un buen guión, pero allá no me faltaba el trabajo.

- ¿Te dedicas entonces a hacer guiones?

- Sí, ahora me han encargado una superproducción de piratas en búsqueda de un tesoro.

- ¿La Isla del Tesoro?- preguntó con extrañeza.

-No exactamente la novela; intento darle un tinte más profundo.

- ¿Puede hacerse con una historia de corsarios y galeones?

- Claro. El tema de la avaricia, del engaño y de la traición es constante en estos relatos.

- Ya veo- dijo pensativa-. Tienes un trabajo interesante y creativo.

- No más que otros; tú, por ejemplo, si no he entendido mal, eres actriz, lo que es también creativo.

Su rostro se ensombreció por unos instantes. La verdad es que yo había hablado por hablar, pues ni la conocía ni, por supuesto, había visto ninguna película suya. La claridad de su pregunta me sorprendió:

- Jean-Paul, dime una cosa: ¿cuántas películas mías has visto?

- Ninguna -. La sinceridad era preferible a cualquier otra respuesta. Continué -: Si te digo la verdad, ni siquiera conocía tu nombre. Por eso me extrañó tanto revuelo el día que apareciste de nuevo por los estudios.

No se inmutó; me miró durante largo rato no con el gesto de decepción que suele acompañar a esta clase de declaraciones, sino con la piedad con la que observa a un ignorante.

- Entonces, ¿ no sabes nada de mí?

- Lo siento, ya sabes que soy nuevo aquí.

- ¿Y no te llama la atención que nunca hayas oído hablar de alguien tan famoso?

No sabía qué responder. Me había metido por terrenos pantanosos y ahora me costaría un esfuerzo salir de allí.

- Bueno, en realidad ya conoces la historia -, me atreví a decir-. Veo que te admiran, te hago un pequeño favor en el aparcamiento y quedamos a tomar una copa. Sabes, no veo a mucha gente fuera del trabajo.

-Entiendo. He pasado un rato muy agradable contigo -. Dio por acabada la charla y el encuentro-. Esperaré aquí un rato más.

Me levanté con la penosa impresión de no haber estado a la altura de las circunstancias. Le di la mano y me despedí, no sin antes dejarle en mi tarjeta mi número de teléfono móvil. Me sonrió y lo guardó en su cartera.

Los días siguientes los pasé trabajando en casa. No fui por los estudios. Por otra parte, mi abogado de Nueva York me había llamado para decirme que la fecha por el juicio de divorcio había sido fijada para la semana siguiente, lo que me exigiría un viaje de ida y vuelta agotador y, desde luego, poco importante. Ni siquiera tendría la ocasión de visitar a mis hijos, lo que me entristecía. Mi nerviosismo aumentaba a medida que se acercaba esa fecha. Di aviso al productor de que me ausentaría por unos días. Me dijo que no había ningún problema. Cuando estaba a punto de colgar, me dijo:

- Por cierto, Christine West ha estado por aquí un par de veces. Ha preguntado por ti.

No le di mayor importancia al comentario; ella tenía mi número de móvil y yo tenía asuntos que resolver mucho más importantes. No obstante, se volvió a despertar en mí un cierto sentimiento de curiosidad, que dejé languidecer mientras preparaba las maletas.


viernes, 27 de agosto de 2010

El comienzo de una novela o de un cuento - I parte


Uno de los primeros consejos que recibe todo escritor de novela cuando aún tiene la hoja en blanco delante de él, es que el principio del relato que va a comenzar atraiga la atención del lector hasta el punto de que éste no pueda sustraerse a su embrujo y le sea difícil dejar de leer aunque sea para dormir, comer u otras necesidades básicas.


En la historia de la literatura tenemos ejemplos egregios, como el de Don Quijote, por citar quizá al más conocido en nuestra lengua. ¿Y quién no sabría reconocer "Años después, frente al pelotón de fusilamiento, el Coronel Aureliano Buendía..." ?


Evidentemente, un buen comienzo no debe sacrificar el resto del relato y hacer que, a las pocas páginas, el lector se desinterese. Conozco lectores endurecidos que abandonan un relato a la tercera o cuarta página si éstas no le han enganchado. Reconozco que yo resisto un poco más, no mucho, porque no he renunciado al derecho de abandonar una novela antes de acabarla. Hay mucho que leer y el placer de leer puede devenir en sufrimiento si nos esforzamos en acabar un relato que ha perdido ya todo su interés.


Estas son las razones por las que me preocupo mucho en que el principio de mis novelas o cuentos mantenga el interés del lector desde la primera línea.


Voy a presentaros diversos ejemplos extraidos de mis propias obras. Una vez más, os pido que seáis vosotros quienes juzguéis si he logrado alcanzar mi objetivo.


Comienzo 1:

Abrió la cerradura de la puerta de entrada del piso con facilidad. Se adentró en la casa con el corazón batiéndole a cien y, cuando hubo comprobado que no había nadie, se relajó y dejó de sudar la gota gorda. Se secó la frente con un pañuelo de tela e inició la inspección sistemática de los enseres de cada habitación. La emoción y los guantes de látex que llevaba puestos hacían que sus manos sudaran. Conocía la casa a la perfección. Una punzada de placer traspasó su piel cuando abrió la tapa del cofrecillo que estaba en la cómoda del dormitorio. Se sintió decepcionado: sólo había baratijas y brazaletes con colgantes de plata. Nada de oro. Bajó la vista y observó que el primer cajón de la cómoda tenía cerradura. Su pecho volvió a henchirse. Además, estaba cerrado con llave. Con un alambre remedió fácilmente el obstáculo y se encontró con collares, anillos y pendientes, todos ellos de perlas o con perlitas. Sintió cómo el alma se le caía a los pies. Todo era blanco. Nada era amarillo. Desdeñó incluso un par de anillos de oro blanco, siempre le había parecido que tal producto era una perfecta mariconada; si lo llevaban las mujeres, le parecía impropio, porque podía pasar por plata bien bruñida, y si era un hombre su portador, pensaba de él que era un mequetrefe y un afeminado.

En su enfado, abrió un baúl de un manotazo; contenía disfraces, vestidos de fiestas de fin de año, gafas con narices de plástico y pelucas rubias y pelirrojas. Esparció estas últimas por el suelo y fue al salón de la vivienda. Nada que mereciese la pena, todo basura tecnológica en metacrilato, esculturas de bronce, estatuillas de ébano, óleos antiguos en las paredes. Con desprecio, sacó una navaja del bolsillo y rajó dos de ellos. Aprovechó que tenía el arma para hacer profundas hendiduras en los sofás de cuero negro, hasta que sacó el relleno. Ya se iba, desilusionado, cuando vio una hucha, un cerdito de barro. Le pegó con tal fuerza que el guante de látex se le desgarró, dejándole la mano desnuda. Al ver las monedas de un euro, con su borde dorado, se quedó petrificado y no puso atención en cubrirse la mano. Se agachó a cuatro patas y fue recogiendo una por una las monedas; en total, cincuenta y dos. Se las metió todas en uno de los bolsillos de su mono, comprobó que no había nadie en la escalera y salió.

Su trabajo de técnico en lavadoras le agradaba más que otras labores que había tenido que desempeñar, como jardinero, albañil, fontanero, camionero y payaso, que eran faenas donde su vida privada y sus quehaceres profesionales no se mezclaban. Después de un verano yendo de pueblo en pueblo divirtiendo a los niños, se quedó en el paro al acabarse las fiestas de la vendimia. Entraba el otoño y con él los días menguantes. Le gustaba, entonces, disfrutar del acortamiento de los días y del calor de los amigos viviendo de lo que había ganado. Ya buscaría un trabajo en primavera. Una casa de electrodomésticos le ofreció ocupación como técnico de lavadoras. Aceptó sin mucho entusiasmo, pero llegaba ya la hora de recoger. Su primera salida se produjo inmediatamente: una madre de familia con hijos pequeños y mucha ropa que lavar llamó con voz desesperada porque su lavadora no funcionaba. Calle Lancia, 21, 3º izq. Sabía muy bien dónde estaba, era una de las zonas de marcha de León y en eso no había quien le ganara: las conocía todas. Aparcó la furgoneta de la empresa y llamó al interfono. Una niña le abrió y subió. Era un edificio antiguo, con un ascensor con dos puertas acristaladas dentro del cual se iban viendo las escaleras y las puertas. Una mujer de menos de treinta años, bien vestida y elegante, le abrió la puerta acompañada de sus dos hijas, de edades tempranas.

- Hoy se ha puesto enferma la chica que viene a limpiar, el pequeño está resfriado y de paso su hermano se ha negado a ir a la guardería. He tenido que inventarme una larga historia para no ir a trabajar y, encima, se me estropea la lavadora.

Las quejas eran más o menos las mismas, con distintas variaciones. Saludó afablemente a los pequeños y preguntó el camino para la cocina. Era un piso antiguo y caro, de los que tienen clase. Lleno de habitaciones y despachos, debería medir sus buenos trescientos metros cuadrados. Se agachó para examinar el filtro. Era lo primero que se miraba. Lo abrió y empezaron a caer todo tipo de adminículos: horquillas del pelo, bolitas de papel, un mickey en miniatura -la niña pequeña se puso loca de alegría-. Metió el alambre por el tubo y sintió, de repente, la sensación que buscaba en todo momento: el batir rápido del corazón, la respiración entrecortada y la excitación sexual: una moneda de cien pesetas, dorada como el oro, había caído. La recogió, tembloroso, y se la entregó a su dueña. Le costó un esfuerzo sobrehumano dominarse, hablar y pensar qué iba a hacer para poder entrar en el piso cuando estuviera vacío.

La lavadora funcionaba, pero él le dijo que era un problema de la programación y que debía de ir a la casa y pedir una pieza. Podría tardar veinticuatro horas.

- ¡Pero yo no puedo esperar tanto tiempo! Hoy es jueves y mañana toda la ropa de las niñas tiene que estar limpia para podernos ir al chalet el fin de semana. ¡Me pasaré todo el fin de semana lavando en el campo!

Le prometió que haría lo posible para obtenerla antes; le pidió los números de teléfono, del fijo y del móvil. Cuando iba a salir del piso, observó que la llave, de la que colgaba un manojo, estaba metida dentro de la cerradura. Fue a la camioneta y esperó. Estaba muy nervioso y fuertemente excitado.

(Primera parte de Manual del buscador de oro, págs. 2-5 del borrador)

domingo, 22 de agosto de 2010

¿Impostura? nº 2: Recomendación de libros: Confesiones de un contrabajista

Berlín. Fotografía de Ana Serrano.
Der Mörder Baton, traducción de Domingo Plácera, Anegrama, Barcelona, 2008. 150 pág.

Como todo libro, Confesiones de un contrabajista tiene su historia. El contrabajista Dietmar Freistück (1920-2003) dejó, al morir viuda, hijos y nietos. A la muerte de su mujer, en 2007, su nieto Hans rebuscó entre los papeles de su abuelo antes de vender el piso en el que habían vivido. Y se encontró con una especie de cuaderno en el que su abuelo había ido escribiendo a lo largo de toda su vida, sin mucho concierto, pues nunca fue su intención publicar nada. Hans, que entoces trabajaba en una editorial, decidió editarlo y publicarlo. Ahora llega a las librerías españolas en una excelente traducción, en la que se mejora hasta el incomprensible título en alemán.


Dietmar Freistück fue un niño prodigio del contrabajo. A los dieciséis años fue admitido en la Filarmónica de Viena, donde tocó con los mejores directores y donde coincidió con Von Karajan durante años; conoció personalmente al Führer y viajó hasta la España franquista en el invierno de 1940 para tocar delante del Generalísimo. Perteneció desde muy joven a las juventudes hitlerianas y posteriormente se afilió al partido nazi.

Su interés para nosotros se despierta cuando comienza a hartarse de tocar durante horas do-mi-sol, do-mi-sol. Por supuesto, Freistück no era ningún ignorante y sabía que el esqueleto de toda composición se basa en los contrabajos. Pero él estaba cansado de tener que tocar siempre lo mismo. Su evolución -más bien habría que decir su revolución- personal llega cuando se decide a frasear por su cuenta en obras de autores contemporáneos. Stockhausen, Hindemit y otros son sus víctimas. Al tiempo que "trabaja" por su cuenta en la orquesta, su ideología política va girando hacia valores humanos claramente comprometidos con la izquierda. En 1965 le declaró a su mujer que se había afiliado al Partido Comunista Alemán, justo después del estreno mundial de una obra de Luis de Pablo (increíblemente, también estrenaba en Alemania) donde, en medio del estruendo general de la orquesta, él fraseó La Cucaracha, bajo la mirada atónita de sus compañeros. El director, que era el compositor mismo, no se percató de la impostura. Más tarde, y siempre en la línea de Cristóbal Halffter y otros, tocaba Die Lorelei y otras canciones populares alemanas.

El engaño no podía durar más tiempo, con lo que fue denunciado por sus compañeros contrabajistas. Von Karajan afinó la oreja y le cazó. Para entonces, Freistück había rechazado varias ofertas de pasarse a la RDA y de espiar para ella. Hombre leal, sólo buscaba su libertad y una paz mundial.

Los responsables de la orquesta, incapaces de despedir a un gran contrabajista, acordaron recomendarle al Estado que le concediera una invalidez absoluta. El objetivo de Freistück se había cumplido: la repetición y el estar al mando de una batuta nazi no era lo suyo.

Merece la pena recomendar este libro por su humanidad y por el buen trabajo de edición de Hans, el nieto, quien ofrece una visión muy humorística y afectuosa de su abuelo. Finalmente, indicaré que el libro está repleto de anécdotas muy sabrosas para todo aquél que quiera saber qué pasa en una orquesta cuando está en plena ejecución.

viernes, 20 de agosto de 2010

¿Impostura? nº 1: Un soneto olvidado de Pedro Salinas sobre el psicoanálisis

Sabido es de todos que Pedro Salinas, egregio poeta y representante de la Generación del 27 fue también un especialista en idiomas. Licenciado en Filosofía y Letras, estuvo impartiendo clases de español en la Sorbona de 1914 a 1917, donde se doctoró en Letras. Dominaba el francés perfectamente y fue el primer traductor de Proust a nuestra lengua.


En 1915 se casó con una alicantina, Margarita, con quien tuvo dos hijos, Jaime y Soledad. En 1918 ganó la cátedra de la Universidad de Sevilla; entre 1922 y 1923 estuvo en Cambrige y regresó a España para reincorporarse a la Universidad de Murcia. En 1926 pasó a la de Madrid, donde, entre otros cargos, fue nombrado director de la Escuela Central de Idiomas, gérmen de nuestras acuales Escuelas Oficiales de Idiomas.

Mantuvo una apasionada aventura con una alumna norteamericana, lo que le llevó a un desatre familiar -Margarita intentó suicidarse- y se fue a Estados Unidos. A pesar de las dificultades, el romance continuó en tierras americanas hasta que su alumna decidió casarse con un compatriota suyo.
La Guerra civil le obliga a partir a Estados Unidos, donde moriría.

Todo esto es bien conocido por el grupo que conforma esta página web. Lo que se suele omitir es que Salinas fue un excelente padre y que pasaba la horas jugando con su hija. Ésta tenía un gato atigrado callejero al que había puesto por nombre Pluma. Entre padre e hija se estableció una complicidad extraordinaria en relación al felino. Inventaban las historias más variopintas y las sitaciones más rocambolescas cuyo protagonista era el micifú.

No en vano, el ambiente cultural de la época y la sabiduría del padre junto con la curiosidad de la hija, hicieron que el minino fuera nada más y nada menos que el creador y genio del psicoanálisis, el Dr. Sigmund Freud, razón por la cual el gatito fue nombrado durante un tiempo como el Doctor Sigmund Oedipus Pluma. Se le ocurrió a Salinas inventar un soneto en homenaje a tan docto personaje, para delicia de la niña.

No conocemos bien la fecha de su composición. El texto que les muestro a continuación me ha sido cedido por Ediciones Próxima, quien lo publicó en 2002. No se suele dar importancia a esta obrita, que nos muestra, sin embargo, un lenguaje pulido, una progresión articulada y un buen sentido del humor sin desmerecer de un buen conocimiento de la teoría y obras del sabio vienés.

Al doctor Sigmund Pluma
Soneto


Tumbado en el incómodo diván
mientras recuerdas todas las verdades
como una punta que va al imán,
desgranas una a una tus edades.

Detrás de ti tienes un personaje
que no ves, fantasmal, y que no escuchas,
inmóvil arbusto de tu paisaje,
contándole todas las cosas, muchas,

que en tu vida acaecieron : rezuma
la gran verdad que arranca la mentira,
sin que tú lo sepas: es la catársis

del doctor Sigmund Oedipus Pluma,
es música que nace de la lira
de su creación: el psicoanálisis.



"Texto escondido"

miércoles, 18 de agosto de 2010

Sobre la impostura: dos ejemplos

Rekopis znaleziony w Saragossie (El Manuscrito Encontrado en Zaragoza, 1965)
de Wojciech Has, sobre la obra de Potocki.

Viejo recurso literario aunque poco o débilmente empleado, la impostura la encontramos ya en El Quijote cuando Miguel de Cervantes Saavedra dice transcribir una traducción del árabe para su genial obra. Este recurso será empleado de forma inconstante en los siglos venideros y lo volvemos a encontrar en La Familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, como si el decir que no soy más que un mero escriba de una obra encontrada en un desván creara una distancia entre lector y escritor debido a las truculencias contadas, que sería el caso de esta última obra.

No es todo esto más que un juego literio que nos introduce en la técnica de cajas chinas, cuyo máximo exponente es Le manuscrit retrouvé à Saragosse, del conde polaco Jan Potocki, obra maestra de 1805 escrita en francés.


Enrique Vila-Matas
Pero la impostura no se impone como efecto literio de vital importancia hasta el advenimiento del siglo XX; en efecto, los surrealistas dan por hechos verídicos cosas que jamás ocurrieron. Aun así, la impostura no llegó a su mayoría de edad que con la obras del escritor catalán Enrique Vila-Matas, quien escribe obras como Impostura, Historia abreviada de la literatura portátil, Dublinesca y otras tantas en las que el lector se ve incapaz, por ejemplo, de saber si una cita determinada atribuida a tal escritor pertenece a dicho escritor o Vila-Matas, llegándose a un punto en el que, a veces, el verdadero escritor de esa cita no la reconoce como propia y se la atribuye a Vila-Matas? ¿Nos es posible saber de verdad si don Enrique, a su llegada juvenil a París, estuvo alojado en una chambre que le alquilaba nada más y nada menos que Margueritte Duras? De esta forma tantas veces que la fractura entre realidad y ficción queda más rota que nunca, donde vida y literatura se confunden tanto que no sabemos si leeemos una obra de ficción o una autobiografía.


En Agradecimientos, a través de una original estructura de pies de página y de epístolas, lo que nos cuenta el autor omnisciente -que no es otro que yo-queda en el entredicho con las cartas que llegan a la editorial de mi novela. Tanto se llega a dudar de los hechos reales e irreales, que se duda si el escritor -siempre yo mismo-ha exisido alguna vez o, en el mejor de los casos, si está vivo o está muerto.

Previamente a Agradecimientos, escribí, para mis amigos, estas dos breves y simples imposturas. Dejo al lector el regusto de adivinar si se tratan realmente de impostura y, en caso de así ser, encontrar dónde están.

lunes, 16 de agosto de 2010

Recomendación III: Un poema de Victor Hugo, romántico revolucionario


Victor Hugo fue un todo terreno de la literatura francesa. Vivió prácticamente todo el siglo 19 y escribió una obra inmensa tocando todos los géneros: teatro, poesía, novela; nada se le resistía al gran autor nacido en Besanzón en 1802 y muerto en París en 1885. Recomiendo al lector que se dé una vuelta por el barrio antiguo de Besanzón, donde descubrirá su casa natal, o, que si va a París, no deje de visitar, por nada del mundo, la maravillosa Place des Vosges, donde vivió durante años.

Sobre todo recomiendo a mis amigos que lo lean: nunca se sentirán decepcionados ante un hombre de semejante sensibilidad ante la literatura, la vida y la política. En la época de la Comuna, se declaró liberal revolucionario, partidario de la Commune pero no communard, al menos hasta que vió las atrocidades que se cometieron contra ellos. Al acabar esta experiencia revolucionaria, se exilió.

Os propongo como botón de muestra este poema que Hugo escribió unos pocos años después de que su hija muriera en un naufragio. Lo he traducido en forma de soneto y exactamente con el mismo espíritu de su autor. Creo que ver morir a un hijo es lo más amargo que nos puede pasar. Por eso su traducción me ha servido de catársis ante tan horrible calamidad.

La traducción está dedicada a mi hija Emma.
Demain, dès l'aube, à l'heure où blanchit la campagne,
je partirai. Vois-tu, je sais que tu m'attends.
J'irai par la forêt, j'irai par la montagne.
Je ne puis demeurer loin de toi plus longtemps.

Je marcherai les yeux fixés sur mes pensées,
sans rien voir au dehors, sans entendre aucun bruit,
seul, inconnu, le dos courbé, les mains croisées,
triste, et le jour pour moi sera comme la nuit.

Je ne regarderai ni l'or du soir qui tombe,
ni les voiles au loin descendant vers Harfleur,
et quand j'arriverai, je mettrai sur ta tombe,
un bouquet de houx vert et de bruyère en fleur.

Victor Hugo, 1847.



Mañana, al alba, cuando blanquee
la hierba, me iré. Ya sé que es tu día.
Bosques, montes, caminos que yo cree,
me llevarán a tu vera, hija mía.

Te llevaré en mis ojos, dentro de mí,
las manos en mi espalda caída,
acordándome del día que temí,
teniendo tanto miedo de tu huida.

Y no veré ni el oro de la tarde,
ni las velas que apuntan a Valencia,
sólo sentiré el profundo dolor

que dentro de mí corazón ya arde
al poner, con infinita demencia,
en tu tumba, rosas y azahar en flor.

Victor Hugo escribió este poema tres años después de la muerte prematura de su hija en un naufragio. Hugo se enteró de la noticia a la vuelta a Francia de un viaje a Valencia (España). Nunca se recuperó del golpe sufrido.

viernes, 13 de agosto de 2010

Recomendación II: un poema renacentista de Pierre de Ronsard

 

 

Uno de los primeros poetas franceses en importar de Italia nuevas formas literarias y un nuevo espíritu vital fue Pierre de Ronsard (1524-1585), quien, con Joachim du Bellay fundó La Pléiade y trabajó en la Défense et Illustration de la Langue Française.

Dos conceptos que recorrerían, desde Italia, toda Europa y se propagarían como la pólvora: primeramente, el carpe diem, el gozar del día a día, tan contrario al espíritu medieval (cf. en Francia François Villon o en España Jorge Manrique); en segundo lugar, el amor por la lengua materna, dejando el latín para otros menesteres. En Francia, el Rey François I declara al francés lengua administrativa obligatoria; en España Nebrija publica su Gramática de la Lengua Española, con el fin de depurarla. En el Nuevo Mundo, recién descubierto, los conceptos feudalistas entran en desuso (cf. la historia de los emigrantes franceses a Acadie y posteriormente a Luisiana, les Cajuns). La vieja Europa cambia su manera de ver las cosas.

Os presento hoy un ejemplo del nuevo orden que subvierte la antigua moral teocrática. Una oda de Ronsard, escrita a Casandra, que he traducido para vosotros teniendo en cuenta estos factores y atreviéndome a haceros ver que no ha pasado de moda, a pesar de los siglos, a través de una modernización: Casandra deviene Carmen, a quien va dedicada la versión. Para italianizar aún más su espíritu, he elegido el soneto como forma literaria en vez de los tres sextetos, más clásicos, de Ronsard.


Pierre de Ronsard

À Cassandre


Mignonne, allons voir si la rose
qui ce matin avait déclose
sa robe de pourpre au Soleil,
a point perdu cette vesprée
les plis de sa robe pourprée,
et son teint au vôtre pareil.

Las! Voyez comme en peu d'espace,
mignonne, elle a dessus la place,
las! las se beautés laissé choir!
Ô vraiment marâtre Nature
puisqu'une telle fleur ne dure
que du matin jusques au soir!

Donc, si vous me croyez, mignonne,
tandis que votre âge fleuronne
en sa plus verte nouveauté,
cueillez, cueillez votre jeunesse:
comme à ceste fleur, la vieillesse
fera ternir votre beauté.

Les Odes, livre I, Ode XVII, 1550


A Carmen


Ven, Carmen, vamos a ver si la rosa,
revestida de púrpura argentada,
florece y continúa tan hermosa
como tu suave piel, tu tez dorada.

Pues de ayer a hoy, en tan breve espacio,
verás como sus pétalos cambiaron
y ha devenido triste y lacio
el bonito color del que gozaron.

Lástima que una flor dure tan poco,
pues desde la mañana hasta la noche
se demuda y pierde su belleza.

Goza de tu esplendor, que yo no troco
tus años jóvenes, que con derroche
de no usarlos, hácense aspereza.

jueves, 12 de agosto de 2010

Recomendación I: Charles d'Orléans o a la poesía medieval cortesana

Poèmes de Charles d'Orléans.
Manuscrits et illustrés par Henri Matisse.
Charles d'Orléans (1394 -1465) es el más típico representante de esa poesía de grandes señores, cultos y letrados. Perteneciente a la familia de Armagnac, fue hecho prisionero en la batalla de Azincourt en 1415, lo que le llevó a pasar un cuarto de siglo en una prisión dorada de Inglaterra. La añoranza de su tierra es el tema principal de este gran poeta de composiciones cortas y que anuncia ya un gusto por lo que en Italia ya se estaba formando: el Renacimiento.

Lejos de la poesía medieval vulgar des Fabliaux o del medievalismo desesperado de François Villon, Charles d'Orléans nos recuerda más a Ronsard o Du Bellay. Es una literatura cortesana que representa los intereses estéticos más elevados de su clase social.

La traducción es quizá demasiado libre, aunque a mi modo de ver, justa, quizá por ese regusto romántico que nos acerca, paradójicamente, a la Edad Media.

Aunque Casilda, la hija de Carmen, sea ya más mayor, se la dediqué cuando tenía quince años. Sigue vigente la dedicatoria y el espíritu poético.


Le printemps


Le temps a laissé son manteau
de vent, de froidure et de pluie
et s'est vêtu de broderie
de soleil luisant, clair et beau.

Il n'y a bête ni oiseau
qu'en son jargon ne chante ou crie :
"Le temps a laissé son manteau
de vent, de froidure et de pluie."

Rivière, fontaine et ruisseau
portent en livrée jolie
gouttes d'argent d'orfèvrerie;
chacun s'habille de nouveau.
Le temps a laissé son manteau.

(Rondeaux)




La primavera


El tiempo dejó una estampa
de frío, de lluvia, de viento
y adornó el sol a ritmo de samba
con la fragancia de tu aliento.

Pájaros, gatos y un faisán escarlata
en su en su hermoso lenguaje cantan:
"El tiempo dejó una capa
de frío y de lluvia que matan."

Ríos, fuentes, arroyos y veras
se visten sus mejores galas
con gotas de oro y de plata
ante tus quince primaveras.
El tiempo dejó otra estampa.


Otra gran pasión: La poesía francesa. Tres recomendaciones.

Uno de mis más ambiciosos proyectos es publicar, algún día, una antología de poemas franceses traducidos libremente al español por mí. La tarea es ardua y exige mucho tiempo, mucha paciencia y demasiada sensibilidad. Si la traducción de la prosa es ya de por sí un ejercicio de estilo casi imposible, la traducción de la poesía es sencillamente imposible; la única forma de abordarla que encuentro es la interpretación, tal y como hiciera, en en ejemplo ya clásico, Fray Luis de León con el poema de Ovidio que comienza "Beatus ille...", traducido por "Feliz aquél que de pleitos alejado..."

Es en esta filosofía en la que me inspiro a la hora de hacer mis traducciones. Como catedrátco de Lengua y Literatura Francesas que he sido durante treinta y un años, no es de extrañar que sea la poesía del país vecino la que mejor conozca y la que más me atraiga.

Valgan estas tres recomendaciones que le hago a un público inteligente y sensible. Me permito la libertad de añadir algunas notas para comprender mejor a estos tres grandes de la lírica francesa, a sabiendas de que el público lector apreciará el esfuerzo.

domingo, 1 de agosto de 2010

¿Cómo preparo un capítulo en una novela?

No me resulta nada fácil. En primer lugar, la introducción de nuevos elementos argumentales, de una nueva situación, de la posible entrada de un nuevo personaje, de nuevos objetos, etc., hace que la planificación que hubiera hecho de ese episodio se convierta en menos cuadriculada y que adquiera una dosis más grande de incertidumbre e improvisación.

En general, no pienso que los novelistas tengan pensado hasta el más mínimo detalle de cada capítulo, pues ello supone dejar de lado ideas que pueden aparecer súbitamente y que enriquecen el relato de forma espectacular.

Y todo ello ha de hacerse de forma tal que la naturalidad y espontaneidad sean los ejes principales cuando hacemos avanzar la acción, ya sea físicamente, ya sea psicológicamente, ya sea mezclando ambos elementos, que es lo más común. El escritor sí que debe saber qué escribe, por qué, cómo. En definitiva, cada nuevo episodio es la preparación del siguiente y, así, hasta el final. Pero el lector sólo debe darse cuenta de que los hechos contados fluyen con total naturalidad.

En mi primera novela, "No es tan fiero", intento desde las primeras páginas dar una visión bastante completa del protagonista, Jaime Renau, un profesor de francés valenciano que vive en León y que ha recibido un extraño encargo de parte del director de su Escuela Oficial de Idiomas, donde trabaja, lejos de su tierra natal, sin familiares cercanos, es decir, Jaime debe manejar su vida desde que se levanta hasta que se acuesta. En vez de preferir una narración omnisciente o un relato subjetivo en primera persona, me incliné por la descripción de los objetos de su pequeño piso, descripción que es realizada por la inspección ilegal que de dicha vivienda hace un detective privado, Miguel Vilecha, con lo que. además, introduzco nuevos elementos de tensión en la trama argumental. Por supuesto, no se conoce al protagonista de una novela por unas pocas páginas, es preciso trabajar su personalidad continuamente, pero basten estas pocas líneas de "No es tan fiero" para ejemplificar lo que pretendo decir.


No es tan fiero
(pág. 17 y 18 del borrador)


El sol aún no se había alzado detrás de las cumbres nevadas de los Picos de Europa. Después de una noche entera de garito en garito, recabando información sobre pisos, constructores y un tipo del que nunca había oído hablar y del que no sé que papel desempeñaba en esta historia, sorteé el rocío que se extendía por el parque de San Francisco, blanco en sus ramas, pasé al lado de la biblioteca pública, negra en sus ventanas sin luz, y guiándome por los coches que ya iban pasando en ingentes cantidades, me dispuse a recorrer toda la gran vía de San Marcos. Necesitaba llegar a la calle Sampiro antes de que el misterioso hombre por el que me habían contratado saliera de su casa; tenía que llegar allí para verlo salir y yo poder entrar. Las farolas se iban apagando una a una gracias a su célula fotoeléctrica y empecé a gozar de los primeros rayos de sol. Noviembre es un mes frío y me levanté las solapas de mi gabardina, me calé el sombrero y me estiré los guantes.
Al comienzo de la calle, algo hizo que aflojara el paso. No sabía qué pasaba pero sabía que podía cometer un error. Sólo unos conductores que partían sin duda hacia sus obligaciones laborales indicaban una cierta vida; a unos veinte metros de mí, aparcado enfrente de un portal, un vehículo negro roncaba; no era su motor, sino su chófer. Pasé de largo evitando mirar directamente. Por el rabillo del ojo me di cuenta de que un hombre tapado con una manta dormitaba. En ese momento pareció desperezarse, abrió los ojos de repente, como un lagarto, se incorporó en el asiento del conductor de su berlina y pude reconocer al subinspector Maderos. Su sedán estaba aparcado justo enfrente del portal objetivo de mi paseo matutino. Me di cuenta de que los dos perseguíamos al mismo pajarito, lo que acrecentó mis sospechas sobre el tipo cuya casa tenía que visitar. Me metí en el siguiente portal y esperé pacientemente; según mi informador, no debía de faltar mucho. En efecto, al cabo de cinco fríos minutos un hombre con vaqueros, bufanda y chaqueta abandonaba el patio de vecinos. Era más bien bajo, no se le veía muy bien el rostro, barriga cervecera y una cierta négligence soignée. Tenía pinta de profesor antiguo vestido con una cierta moda juvenil propia de los intelectuales de su edad, es decir, bien entrados los cincuenta y cinco. El vehículo del subinspector Maderos se puso bruscamente en marcha, como si no le importase ser descubierto. Salió de su aparcamiento y prácticamente le seguía en paralelo, sin guardar ninguna forma. Al doblar la esquina ambos, me introduje en el portal del objetivo y subí a pie, pues no había ascensor, dos pisos. Era un edificio antiguo, lleno de mugre y con las paredes desconchadas. No me fue difícil introducirme en la vivienda, este hombre no había dado ni doble vuelta a la cerradura. Todo estaba a oscuras y me sobresalté cuando una masa de pelos vino a restregarse contra mi pantalón; la masa, al maullar cariñosamente, descubrió su identidad. Le acaricié el lomo, lo que el gatito agradeció. Era de los que llaman romanos, los atigrados callejeros, y rápidamente se volvió para enroscarse encima de la cama sin hacer, pero aún caliente, de su amo. Encendí las luces y registré el piso: estaba más bien sucio, lo que delataba la presencia de una mujer de la limpieza de dos horas por semana y mucho gasto en teléfono móvil, ropa limpia que se amontonaba encima de una camita en otro cuarto sin duda a la espera de ser planchada, una cocina sin trastos por encima, una cocina de esas que sólo se usan para hacer ensaladas, un microondas que hacía horas extras; lo único decente del pisito era el comedor, que hacía las funciones de salita y de despacho: estaba lleno de libros, había miles, y un equipo normalito de música valía para soportar una enorme cantidad de discos bajados de internet. Un tresillo, una buena alfombra: ahí era donde ese tipo vivía. Revisé sus facturas, su correspondencia, el banco era su gran amigo; abrí los cajones de su buen escritorio y no encontré nada significativo. No había ni fotos ni objetos personales. El ordenador, perpetuamente encendido, lo que explicaba tanto cedé, estaba abierto en su página de yahoo: nunca había realizado un trabajo tan fácil, casi lo encontraba gracioso y desde luego, el hombre en cuestión empezaba a resultarme simpático. Su correo era mera correspondencia con su familia, emails del trabajo, correspondencia spam pero nada que me diera alguna pista. A lo lejos se oía el ronroneo feliz del felino y daban ganas de sentarse un poco a leer algún libro escuchando un buen disco, que era lo que allí abundaba.
El contestador de su teléfono me llamó la atención. Estaban grabados algunos mensajes sin identificación y número oculto emitidos durante los dos días precedentes a razón de seis al día; su contenido era francamente ofensivo, grosero, vas a enterarte, so hijo de puta, cabronazo, a mí no se me hace esto, no sabes con quien te la estás jugando, eran variaciones sobre el mismo tema que abrumaban mi buen gusto. Los grabé en mi móvil para estudiarlos más detenidamente en mi casa, pues en ese momento poco o nada me decían.
Allí dentro no me retenía nada más. Apagué la luces, abrí la puerta y cuando iba a salir, el gato se me adelantó y se quedó sentado en el descansillo. Lo cogí y volvió a maullar. En ese momento algo se iluminó dentro de mí, como si hubiera sido un relámpago. Metí al gato de un empujón, me introduje de nuevo en la vivienda, cerré la puerta con firmeza y me dirigí velozmente hacia el salón. Descolgué y esperé impaciente a que se volviera a escuchar el buzón de voz. En efecto, esa voz femenina, chirriante, aguda era exactamente la misma que la de doña Angustias, la mujer del Alcalde, la mujer que me había contratado y yo no sabía para qué.


Se puede observar cómo la descripción de piso modesto con objetos que todos tenemos, puede darnos -y darle al investigador privado- mucha más información sobre el protagonista que si lo hubiea hecho de una manera lineal y mecánica. El empleo de magnificantes, había libros y CD's de música clásica por doquier-, la introducción de un nuevo personaje -el gato-, el poco uso de la cocina y la relativa limpieza del piso, junto con una cómoda butaca situada en el mirador que se beneficia de la farola de la calle, nos habla de una persona culta, dedicada a su lectura y a su música, tranquila, sin percances en su vida. Tan normal es ésta que el propio detective le injuria sotto voce por no encontrar una pista definitiva. No obstante, ésta llega sin forzarse en una extraña colaboración entre el felino y el detective. El capítulo, que ha comenzado en un punto alto de emoción, llega a un punto álgido.

¿De dónde obtener la información que nos permita escribir? Esto nos va a exigir un apartado principal, pero diré sólo que cada maestrillo tiene su librillo; las ideas pueden venirnos de nuestra pura imaginación, de vivencias personales o ajenas, de objetos de nuestra niñez en casa de nuestros padres, de nuestra primera vivienda como soltero independiente... Personalmente, yo recreo y reinvento mi propio pasado y lo mezclo con mi imaginación. Y aquí diré simplemente que hay quien prefiere escribir notas en una libreta, o confiar en la memoria o, por qué no, describir llana y simplemente una fotografía.