Sigmund Freud en 1926. |
Yo diría que lo que más llama la atención en Agradecimientos es su
original estructuración. En efecto, Agradecimientos es el apéndice de
una novela llamada Manual del buscador de oro que no existe, o que,
al menos, el lector no ha leído, con lo que este apéndice toma su lugar y
se convierte en la verdadera novela. ¿De qué manera? Muy simple: el
autor, como en tantos y tantos libros, agradece a una serie de personas
que le hayan ayudado en su concepción, en su elaboración, en corregirle
las faltas de sintaxis o de ortografía, en definitiva, en lo que sea. Y
lo hace a través de poner su nombre en lo alto de la página y abrir un
pie de página, que ocuparía ya no el bajo de la página sino casi toda
ésta. A partir de este momento comienza la suplantación: un apéndice
meramente insulso, obligatorio y sin apenas interés se convirte en una
novela que cuenta tres tramas en tres épocas diferentes y lo hace con
tal fuerza que el autor se convierte en el protagonista, que comienzan a
coexistir personajes reales e imaginarios sin que se pueda saber quién
pertenece a cada una de estas dos categorías, que se relatan hechos en
los que la fina línea entre ficción y realidad queda totalmente
desdibujada y sin posibilidad de comprobación.
Cierto es que esta
fórmula de contar, que tiene algunos precedentes, muy pocos, en la
literatura del siglo XX, se agota con una facilidad pasmosa, pues no se
puede pretender estar mareando al lector continuamente como si de un
juego se tratara, cuando resulta que no es un juego, cuando resulta que
es un reflejo bastante aproximado de nuestras vidas y luego veremos
porqué. Y si la fórmula se agota, hay que cambiar de estrategia. Se
supone que los agradecimientos forman parte de esa primera edición de
esa novela imaginaria. Pues bien, el éxito es tal que la editorial se
propone hacer una segunda y una tercera edición para dar cabida a que
los personajes citados en los agradecimientos puedan dar su opinión
sobre los hechos relatados por el autor y protagonista. Y ahí comienza
la segunda parte de la novela, ya que toda cara tiene su cruz, y la
editorial y el autor empiezan a recibir cartas de los agradecidos. Éstos
parecen no estar de acuerdo con lo que el autor ha escrito, a veces
parcialmente, a veces totalmente y otras veces de forma excluyente. El
escándalo, en esa realidad que supone Agradecimientos, va subiendo de
tono y se impone una tercera edición en la cual ya no es cuestión de
tratar si tal hecho fue real o ficticio, si determinada historia es una
mentira o es la verdad. No, ahora, simplemente, se duda de la propia
autoría de la novela y, lo que es más grave, se pone en tela de juicio
si el propio autor existe o no existe. No contaré el desenlace final,
aunque es necesario decir que es preciso que sea como es para dar por
agotada, también, esta fórmula epistolar.
Antes me refería a
que la novela puede ser tan real o más que la vida misma; desde luego,
entiendo por realismo no la novela decimonónica que nos situaba en un
tiempo, en un lugar y con unas gentes entre las que destacaba el
protagonista en torno al cual giran todas las historias. No, yo me
refiero a nuestras vidas reales, donde la realidad se nos presenta la
mayor parte de las veces obtusa, sin mucho sentido, desorganizada, una
vida en la que gastamos gran parte de nuestras energías y tiempo en
ordenarla y en extraer conclusiones que nos ayuden a comprenderla algo
mejor. Y el mejor ejemplo de lo que estoy diciendo es nuestro autor y
protagonista que, por otra parte, soy yo mismo, el que ahora les habla. Y
yo tengo, como cada uno de ustedes, de los que me escuchan, una vida
que vivo conforme a un pasado que yo mismo he ido creando: cada cual es
como se ha ha hecho a sí mismo. Yo soy el yo de la novela, empleando la
terminología freudiana. Además, nadie parece verme como yo me veo a mi
mismo, cosa que también nos configura, y acabo siendo también el otro,
siempre en términos del psicoanálisis, ese otro yo donde viven
agitadamente mis deseos y pasiones, mis actos y mis pulsiones. Todo esto
tiene lugar, siempre igual que en la vida de cualquiera de nosotros, en
una realidad, en un tiempo, en un espacio, en unas circunstancias. Todo
ese entorno es el descrito en Agradecimientos, que se conformaría de
esta manera como el super-yo freudiano, quedando, así, cerrado este
círculo psíquico y dando, de esta manera, a la novela, un carácter
totalmente realista, y donde, además, la literatura, es decir, sus
formas literarias, se crean a partir del contenido vivencial y nunca al
revés, lo que sería un juego deshonesto para con el lector.
Hasta tal punto se produce una confusión en nuestra novela, como en
nuestras vidas, que hay lectores de mi novela que han indagado para
saber si de verdad yo había estado alguna vez mezclado en un asesinato. O
hay quien duda, dentro de mis propios hermanos, si yo huí a Francia
perseguido por la policía y por eso aprendí francés. O hay quien no sabe
si tengo gato o bien es un tigre, porque a veces se llama Pluma y otras
veces Flecha; no desvelaré el misterio de mi felino -que se excusa ante
ustedes por no haber podido asistir a esta cita- ya que tiene su lógica
y la solución se encuentra en la última página. Hay quien me ha
preguntado también si de verdad me acostaba con la mujer de un juez, o
si tenía relaciones con todo aquello femenino que se movía, o bien si
simplemente nací en Palencia o en Valencia: reconozco que aquí la duda
es razonable, ya que la diferencia es sólo una primera consonante y
seiscientos y pico kilómetros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario