King of the Bayous
Cuando se empieza a concebir un relato, casi antes que en el argumento se piensa en los personajes. Éstos han de tener un nombre para su mejor identificación y también con la esperanza de que su nombre y apellidos contengan una significación semántica. Claro es que esto no es ni cierto ni científico, pues todos conocemos a personas del mismo nombre y que son totalmente diferentes tanto en su físico como en su forma de ser.
En mi afán de resultar cotidianamente realista cuando empecé a pensar en Agradecimientos, me di cuenta de algo obvio y que siempre pasa desapercibido: en las novelas, cuentos o relatos en general nadie se llama igual, cuando en nuestras vidas cotidianas tenemos un padre que se llama igual que el abuelo o uno de sus hijos, tenemos amigos del mismo apelativo y, yo, que he sido profesor durante más de treinta años, solía tener en la clase de segundo tres Amparos, dos Begoñas, cuatro Cármenes, etc, y así en cuatro cursos diferentes.
Fue entonces cuando me dije que, dentro de la concepción de mi novela, este hecho habría de estar reflejado. Así fue como el nombre de mi hija, Emma, valió para ella misma y también para la segunda mujer del juez Téllez y amante mía, sin que en ello quepa ver, que yo imagine, ninguna interpretación psicoanalítica.
Jennifer Jones como Emma Bovary (Madame Bovary, Vincente Minelli, 1949) |
Lo mismo hice con Carmen, mi mujer, que lleva el mismo nombre que la académica de la lengua y no se parecen en nada.
Me daba algo de miedo, no obstante, confundir demasiado al lector y lo dejé estar de esta forma, aunque es cierto que hay otros personajes con nombres parecidos pero no iguales: Josema, José Manuel, José María, José Antonio, nombres impuestos con la misma intención de realismo cotidiano pero dulcificando la lectura.
Además, en algunos casos hice lo contrario, con el fin de obligar al lector a no perderse mientras reflexionaba y, por lo tanto, se le quedaban los nombres. Así, mi gato recibe dos nombres en la novela: Pluma y Flecha. Sólo al final, el lector avezado adivina cuál es el verdadero nombre del felino que me acompaña en mis andanzas.
Los personajes principales exigen mayor atención. Los secundarios o los que sólo van a aparecer una vez, surgen de lo más profundo de la imaginación del escritor. Así, el obrero que en París me enseña a escribir se llama Jean Pasquin, en clara alusión a la propaganda comunista de la época. El camarada que me acoge al llegar exiliado a París es Lefebvre, nombre de un famoso obispo francés de extrema derecha que llegó a ser excomulgado por el Vaticano: mi Lefebvre es comunista y tiene siete hijos, es decir, es el positivo del negativo de aquel ya fallecido obispo.
Marcel Lefebvre |
Uno de los nombres que más me gustó fue el de mi patrona, la que bajaba los plomos de la pensión a las diez obligándome a escribir a la luz de na providencial farola que llegaba justo ante mi ventana. Sólo aparece una vez y es Madame Chênier. ¿Por qué?, me pregunté cuando el nombre me vino súbitamente a la cabeza; pues bien, gracias a mis años de psicoanálisis, utilizando la asociación de ideas, me di cuenta de que en esos días escuchaba a menudo al famoso bluesman luisianense, de Opelousas, Clifton Chenier, que dignificó enormemente los blues en francés, ya que era francófonode primera lengua como mucho de los luisianenses de su época. Como en inglés no hay tildes, Chenier no lleva el acento circunflejo pero la pronunciación es la misma en Nueva Orleáns que en París. Esos blues lentos, de letras desgarradoras, de atmósfera pesada como antes de llover en verano, tan típicos del sur de Luisiana, me llevaron a imaginar una pensión parecida al ambiente de Un tranvía llamado Deseo,aunque finalmente no desarrollé este aspecto y me quedé sólo con el nombre de la patrona, Madame Chênier.
Así es como trabajo, como intento aprovechar mis ideas, como exploto mi imaginación, siempre dentro de un contexto coherente.
Como ilustración del personaje y como homenaje al gran Clifton Chenier, podemos escuchar esa música tan evocadora en el peculiar francés de Luisiana. Pero no quisiera acabar sin preguntarles a ustedes, que me leen, qué nombre hubieran puesto a alguno de los personajes y que música, novela, pintura o cualquier otra cosa le hubieran evocado y hubiera intentado hacérselo llegar al lector. Quedan abiertas las propuestas.
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