lunes, 27 de septiembre de 2010

La grandeza de la poesía. Parte II.


Freddy Castillo Castellanos, gran poeta y erudito
universitario de Venezuela y del mundo.


La poesía se asocia muchas veces con el amor. Parece que los sentimientos más profundos sólo saben ser expresados a través del género literario más hondo, sutil y hermenéutico. Esta afirmación no es falsa, pero hay que completarla con la ingente cantidad de temas que puede tratar la lírica: desde la ironía ("Érase un hombre a una nariz pegado..." de Francisco de Quevedo y Villegas); el desamor ("te souviens-tu Barbara, il pleuvait ce jour-là sur Brest..." de Jacques Prévert; "Le printemps a laissé son manteau de froidure..." de Charles d'Orléans). Miles de ejemplos saldrían de cuaquier antología poética.

Lo importante, a mi modo de ver, es tratar el tema que sea con dulzura, amor, finura, evitando las palabras que puedan descomponer la belleza (expresiones fuertes o groseras). Esto no es óbice para crear, por ejemplo, poemas eróticos de enorme calidad. Hay un poeta que excele en este género. Deseo que en este blog podamos saborear algunos de sus poemas.

De él he tomado este poema , breve, contundente, amoroso, musical, dedicado a su esposa, Cruz. La Cruz del Sur es al tiempo la galaxia más cercana a la Tierra (sólo nos separan 150.000 millones de años-luz) y únicamente visible en el Hemisferio Sur. (Mi querido Freddy, espero que no te sientas molesto por pedirte la autorización de publicar este poema tuyo a posteriori)


Cruz del Sur

Porque conoce el nombre de los peces.

Porque identifica todos los sabores.

Porque adivina estrellas que no están por descubrirse.

Porque su propio nombre es un enigma sideral.

Porque me hace falta esta noche.



Junto a esta pequeña maravilla, las dos poesías mías que, a continuación, pongo en este blog, poca cosa son, pero pueden ayudar a los principiantes.


1.
Vientre de mujer hermosa,
Hermosa mujer de vientre eterno,
Eterno respirar de efímero presente,
Presente abierto como tu vagina
Vagina capaz de engendrar la vida,
Vida que viene, se queda, bella,
Bella mujer de largo futuro,
Futuro fruto de fragancia febril,
Febril final de consecuencia hermosa,
Hermosa mujer de vientre preñado,
Preñado de alegría, preñado de ti misma.


2.
Mujer de ímpetu hacendoso, eres vientre;
Te partes en dos para ser tú misma,
Eres madre y esposa, amante siempre,
Partición vaginal de volcánico cisma.

Mujer de barro, de divina arcilla,
Potentes, ingentes besos de miel,
Toda tú te partes en mil astillas,
Titánico esfuerzo de mujer fiel.

Mujer de oro y plata, prístina, clara,
Delicada presencia de rubíes,
Música de violín en tus venas.

Mujer total en tu mente preclara,
Hermosa en tu lecho de alhelíes,
Eres como Casilda, tu hija eterna.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Agradecimientos, en Conocer al autor

Madrid, 16 de septiembre de 2010, en los locales de conoceralautor.com,
firmando ejemplares de Agradecimientos.

Videos, fotos, entrevistas, información sobre la obra y su autor, en: http://www.conoceralautor.com/obras/ver/NzU3



domingo, 12 de septiembre de 2010

La poesía es un arma cargada de futuro (Gabriel Celaya). Parte I.

El poeta Gabino-Alejandro Carriedo, mi tío.


Si algo puede caracterizar el acto poético es, precisamente, este verso de Celaya que da nombre a esta sección. La poesía como arma para el futuro, como arma cargada de paz, de amor, son sin duda alguna los grandes temas de la poesía de todos los tiempos. En este poema de Celaya hay un cuarteto sobre el que merece la pena reflexionar:
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Es la poesía comprometida con su tiempo, es la poesía revolucionaria. La gran polémica entre poesía engagée o la que prefiere l'art pour l'art no refleja, a mi modo de ver, más que la adaptación poética a cada época, y ese es el gran mérito de toda buena poesía, de toda buena literatura, del arte.

De la misma forma, cuando se empezó a abandonar la poesía métrica por la de libre verso y rima, muchos clamaron al cielo, y el tiempo puso todo de nuevo en su sitio: tanto una forma de escribir como otra depende de la necesidad de ese acto poético en particular, razón por la cual hoy en día son la mayoría de poetas los que combinan ambas formas.

Os expongo dos ejemplos escritos por mí: uno manteniendo la forma clásica del soneto, otro con forma libre. Nada ni nadie me pidió que escribiera de esa forma, simplemente cada uno de estos dos poemas nació de forma diferente.

El primero está dedicado a mi hija, Emma.


Para Emma

Mi Emma, eres tan inteligente
que te conviertes en felino, gata
que caza sus presas con clara mente
y sin morder, dulcemente, no matas,

sino que inyectas cariño y dulzura;
sin que tu presa se de cuenta, es tarde,
de la suave, amorosa atadura
que en su corazón ingenuo ya arde.

Emma, eres tan lista y silenciosa
que te conviertes en gata, felino
que no se ve, invisible, preciosa

que un buen día me atrapaste, morosa;
desde entonces el mejor de los vinos
sabe tan rancio, a tan poca cosa.


Y aquí, el segundo:


Bebías en la amargura del café, negros posos que
en nada presagiaban el retorcimiento del dibujo
de la taza de porcelana que tus manos ahuecadas
sujetaban como si de un hornillo se tratase, para
buscar el calor de mi cuerpo hipertenso y excitado
bajo las sábanas cuyo dibujo imitaba al de la taza
de café, bajo mi cuerpo buscando un refugio a tu
frialdad, a tu manera de hecerle frente a un enemigo
que se refugiaba dentro de ti y al que yo, pacifista
de toda la vida, eliminaba uno a uno friamente
con tal de robarles el calor que te vampirizaban
y que, sin embargo, yo procuraba para ti y para mí
en aquella noche sacra en que nos conocimos por
vez primera, en aquella cama vieja y destartalada
que hacía un ruido de mil demonios cada vez que
mi cuerpo sacudía el tuyo con la intensidad de mil
rayos y truenos golpeando a la vez sobre tu
vientre de profesora educado y refinado en sus modales
para que gozara del calor de mi dureza aparente,
de mi tibiedad blancuzca llegado el momento,
calma proporcionada sólo por el ojo del huracán,
lapso de diez minutos entre tormenta y tormenta
desatada por el fragor de la batalla, noche de estrellas
y de galaxias, de planetas y de satélites orbitando
alrededor de nuestra vieja cama destartalada,
chispas que salían de sus muelles, chiribitas descontroladas
yendo y viniendo entre tus pechos y mi pecho,
entre tus piernas y las mías, entre tus manos y mis dedos
cargados de electricidad que te hacían saltar a la mínima caricia,
sí, mi gatita, sólo poniéndote la palma de la mano
en tu triangulo de rizos de carbón que yo blanqueaba
a cada sacudida, tarea ingente habida cuenta de la
desproporción existente entre la producción mundial
de hulla y de lactosa, experimento de primer orden
para nosotros dos, resultado positivo para nosotros dos,
música celestial que aún resuena en mis oídos y te juro
que resonará por siempre jamás, amor, amor mío,
amor de mi alma, en esa vieja cama destartalada,
mi gata, mi dulce amada.

martes, 7 de septiembre de 2010

El principio de una novela o cuento : IV parte

Memories, por Inga Nielsen


Hasta el momento estamos observando ejemplos de comienzos de relatos en los que hay algún elemento disturbador de la realidad cotidiana. ¿Cómo? Introduciendo personajes aparentemente normales que muestran su anormalidad a través de la aparición de un objeto, o bien haciendo coincidir la vida de dos personas cuyos destinos se mostrarán a pesar de la misteriosa actitud de una de ellas; lo hemos examinado también con la técnica de descolocar -que nunca engañar- al lector mezclando elementos que, sólo teóricamente, cree inmutables, como es el caso de nuestros dos hombres prehistóricos, uno más unido a sus creencias, el otro más preocupado por salvar su pellejo en un relato que se aventura detectivesco...

Existe otra manera de descolocar al lector, pues ocurre ya muy a menudo que éste esté muy acostumbrado a comienzos fulgurantes: simplemente no pasa nada, o, mejor dicho, lo que pasa es una descripción de unos hechos objetivos: un grupo de hombres y mujeres viajan a través del espacio interestelar a una distancia sin vuelta a la Tierra. La jerarquía militar de estos viajes hace que el capitán del bajel ordene y mande con mano de hierro, escribiéndolo todo de forma sucinta pero real en su cuaderno de bitácora, con lo que nos vamos haciendo con una idea muy aproximada de quién es cada personaje. La inclusión de los dos únicos no humanos -la computadora Clara y el gato Flecha, mascota de la tripulación, no hace sino hacer más verosímil un relato en el que -aparentemente - no pasa nada.

Esto es precisamente lo que debe inquietar al lector, que espera algo más. Veamos, sin más dilación de tiempo, el comienzo de este relato correspondiente a las páginas 21 -24 de mi Manual del buscador de oro:

En pocos minutos van a dar el salto hiperespacial que les transportará al centro del núcleo de nuestra galaxia. Ello significa que se encontrarán a una distancia de treinta mil años luz de la Tierra; adiós definitivamente a los seres queridos, a los paisajes actuales, a una forma de vida. Si algún día vuelven, todo habrá cambiado en la Tierra. Están irremediablemente solos en la negrura del espacio sideral. No saben qué encontrarán. Todo esto ya lo sabían desde que abandonaron la base lunar. Ahora no queda más que esperar. El ordenador central les asegura una y otra vez que todos los cálculos son comprobados cada minuto y que no hay error alguno. Alcanzarán una zona relativamente pobre en estrellas -de tres a cuatro por cada año-luz recorrido en cualquier dirección-, lo que reduce a un 0,0001749245 % las posibilidades de ser tragados por un sol en el momento de la emergencia del hiperespacio. Claro que la máquina no conoce todos los planetas del tamaño de Marte y, mucho menos aún, las miríadas de asteroides, cometas y nubes de polvo que podrían desviar fatalmente el rumbo de la nave.
Todo eso no es lo más grave; pulvis eris et in pulverem reverteris; los campos gravitacionales pueden ser tan poderosos que su vida, si la vida es tiempo, se vea eternamente reducida a una congestión de tal magnitud que pueden pasar miles de años intentando salir de la atracción de una estrella de neutrones. Su única ventaja: para ellos el tiempo sería el de siempre y nadie viviría esas descomunales cantidades de años, meses, semanas, días, horas, minutos y segundos. Su vida sería como la de cualquier otro mortal, el viejo silogismo no habría perdido su vigencia en el espacio. Son jóvenes y están bien alimentados y cuidados; pueden llegar a edades terrestres avanzadísimas sin haber podido salir nunca de la nave, sin haber hecho prácticamente nada, aburridos y temerosos de la naturaleza.
Ya están en sus cápsulas protectoras. Todo refulge en la nave y en un abrir y cerrar de ojos ya están lejísimos, solos para siempre, sin retorno posible. Algo aturdidos salen de sus capullos y el ordenador central se atreve a levantar los grandes paneles que cubren los ventanales de la torre de mando. Una visión plagada de soles lejanos les recibe. Los hay por miles. A partir de ahora tendrán que decidir por sí mismos dónde ir; nada de todo esto está cartografiado y deberán elegir un sol pequeño, poco caliente y amarillento como el nuestro para examinar sus planetas uno por uno y observar si tienen vida inteligente. Si ésta existe, tendrán que decidir si es agresiva o pacífica; en este último caso la estrategia de toma de contacto será decidida después de un minucioso estudio. Si no hubiera vida inteligente, habrán de desplazarse a otro sol, esta vez sin los motores hiperespaciales, con lo que su viaje sería largo y tedioso, repleto de partidas de ajedrez, de lecturas mil veces leídas, de música sabida de memoria, de sexo virtual y de ejercicios en la zona de gimnasios. Y volver a empezar.
Pero todo esto lo sabían ya antes de salir de la Tierra. Ellos han elegido un camino trillado. Se han vuelto juez y parte de su propia existencia.


Cuaderno de bitácora (extractos elegidos y censurados por el Capitán Kristian):

15 de febrero de 2276
Hemos salido del campo hiperespacial. Knut, mi segundo, me asegura que todo está en orden. Wilson, el ingeniero astrofísico, espera mis órdenes para marcar rumbo a la nave.

16 de febrero de 2276
Knut, mi fiel segundo, me asegura que Jonathan, el mecánico, está pasando por un período depresivo. He ordenado a la doctora West que lo examine atentamente y que le ofrezca tareas sin estrés. No hay mucho que hacer en la nave, ahora que nos dirigimos a la estrella 7894GDX.

18 de marzo de 2276
Jonathan, mecánico y pastor religioso, ha hecho una tentativa de suicidio. Intentó entrar de noche en el despacho de la doctora West; Flecha, mi gato, se enroscó en sus piernas y le hizo caer. El estruendo despertó a todo el mundo. Le tenemos bajo vigilancia especial, aunque no creo que sea necesario: está atiborrado de pastillas que West le proporciona bajo mano. No se entera de nada.

21 de marzo de2276
Nadie sabe qué día de la semana es. Podríamos verlo en el ordenador, pero ¿qué más da? Jonathan le ha adjudicado el domingo y nos ha reunido a todos en la nave central, cerca de los grandes y altos invernaderos, lo más parecido -muy lejanamente- a una iglesia. Nos ha hablado de la grandeza del Señor, que permite que unos extraños como nosotros ensuciemos los caminos de las estrellas, que no pertenecen sino al Altísimo. "Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen"; él no se considera metido en el grupo, lo que no le quita la razón: no tenemos ni idea de dónde vamos, de a qué vamos y si todo esto merece realmente la pena. Al final, su discurso se volvió tan exacerbado y vehemente que cayó redondo al suelo con una crisis de epilepsia. La doctora West tuvo que atenderle, con lo que el oficio dio a su fin. Le he pedido un informe completo a la doctora; así tendremos algo que hacer.

1 de abril de 2276
Wilson ha revisado sus cálculos. Pretende que estaban equivocados y que nos dirigimos a una porción del espacio donde no hay ninguna estrella. Me ha pedido permiso para modificar el rumbo, pero he decidido fijarlo yo mismo. Mientras tanto, le he impuesto a Wilson siete días de arresto por grave negligencia profesional. Jean-Paul, enfermero y preparador físico, me recuerda que hoy, primero de abril, es el día de las bromas. No entiendo para nada su razonamiento. Le he echado de la posición de mando con cajas destempladas.

7 de abril de 2276
No es sencillo fijar un rumbo. Al menos, he llegado a ver que Wilson tenía razón en su error. Ha cumplido religiosamente sus siete días de aislamiento. Ahora le ayudo en los cálculos. Parece que la tensión se ha rebajado en la nave.

17 de abril de 2276
Clara, la computadora de a bordo, habla con unos y con otros. Su voz tranquila y melosa nos hace sentir mejor. Cartografía cuanto se ve y también lo que no se ve. Por el momento, no ha detectado ninguna emisión de radio que pueda indicarnos la presencia de un mundo inteligente. Clara juega también con Flecha: le muestra un haz de luz y el felino se vuelve loco persiguiéndolo. Según la computadora, con esto Flecha hace ejercicio y está adelgazando progresivamente. He hablado de ello con Jean-Paul: me ha mirado como si yo fuera un bicho raro: "No sé nada de gatos". Le he arrestado por tres días.

18 de abril de 2276
Clara ha lanzado una alerta naranja. Una pieza del alerón lateral izquierdo ha perdido un tornillo y corremos el riesgo de perder la pieza entera y de no lograr encauzar la nave en su rumbo correcto. La única posibilidad de arreglo es salir fuera. Cualquiera de nosotros puede hacerlo, hemos sido entrenados especialmente para ello. Pido un voluntario y Knut se presenta el primero. La salida tendrá lugar dentro de doce horas. Clara la dirigirá.

18 de abril de 2276
La pieza está a punto de soltarse, Clara nos urge: la salida tiene que efectuarse inmediatamente. Knut se viste deprisa y corriendo. Su caja de herramientas consiste en un martillo y en un destornillador. Saldrá por la escotilla de expulsión de cola. La operación no debe durar más de diez minutos, quince a lo sumo. Clara nos la retransmitirá vía holográfica.

19 de abril 2276
La operación ha sido un rotundo fracaso. Knut salió de la nave, se dirigió al alerón lateral. Atornilló fuertemente la pieza que se estaba desgajando y cuando volvía, un falso movimiento hizo que el afilado titanio del alerón le hiciese un tajo de considerables proporciones en la pierna derecha.  Horrorizados, vimos desde la sala de mando cómo Knut iba soltando aire y sangre a la altura de la cadera. Clara empezó a emitir un sonido de sirena ensordecedor, todos fueron hacia la entrada de la escotilla y West corrió hacia su quirófano. Aún está intentando salvar la pierna de Knut. He ordenado a Clara un informe exhaustivo, con el fin de depurar responsabilidades.

20 de abril de 2276
La doctora no ha podido hacer nada por salvar la pierna derecha de Knut. Después de ocho horas de intervención, el riesgo de gangrena era enorme y tomó la decisión de amputar a la altura de la cadera. Por desgracia, no tenemos posibilidad de clonar su miembro. Jean-Paul se encargará de fabricarle una muleta. He ordenado a West que me escriba un informe exhaustivo, con el fin de depurar responsabilidades.

22 de abril 2276
Clara me ha presentado su informe. Por un lado alega que se trató de un falso movimiento de Knut, totalmente imprevisible. Por otra parte, dice que las casualidades no existen. Entonces, ¿qué pasó? He decidido infligir a Clara un autocastigo, obligándola a reprogramarse lingüísticamente. Le ha llevado horas de duro esfuerzo en sus circuitos. Como consecuencia de la falta de ayuda para reprogramarse, sus sistema fonético ha sufrido una mutación y desde hoy pronuncia la erre a la francesa. Le da vergüenza e intenta desesperadamente buscar palabras, sinónimos y antónimos sin dicha letra. Le he hecho cantar "El turrón de Tarragona les gusta a los perros de mi tierra".

24 de abril de 2276
Cuando, después de levantarme, me dirigí a mi mesa de mando, me encontré con que West me había dejado encima de ella una copia de su informe. La había hecho pasar por el registro de entrada, debidamente sellada y fechada. Alega que las posibilidades de que Knut hubiera muerto si no le hubiera amputado la pierna eran de un 99, 9998 %; en caso de haberse arriesgado, las posibilidades de de vida de Knut se hubieran reducido a un 0, 0002 %. Su decisión, por tanto, me parece correcta. No así sus formas: ¿por qué ese interés en que su informe conste en los archivos de la nave? He decretado su arresto por cuatro días cuando Knut se haya recuperado.


viernes, 3 de septiembre de 2010

El comienzo de una novela o de un cuento - III parte



Hemos señalado ya en anteriores entradas sobre el principio de una novela o de un cuento que es beneficioso que el interés que enganche al lector se produzca mejor antes que tarde. Hemos también dado cuenta de diversos comienzos, pues, por muy evidente que parezca, nunca está de menos repetir que no existe una fórmula única, sino que cada relato debe encontrar la suya propia. Personalmente, me ocurre a cada comienzo de relato o de capítulo que sé lo que quiero escribir pero mi cabeza no encuentra la fórmula para empezar. Entonces, sólo hay que esperar a través de la reflexión, ponerse a escribir y seguro que encontramos ese principio.

En el ejemplo que les doy a continuación, la sorpresa inicial viene dada por el hecho de que se trata de un relato en la prehistoria, lo que vemos en las dos primeras líneas; lo sorprendente es que aparezca un segundo elemento, de corte policíaco moderno, que rellene un argumento sito en épocas de las que conocemos poco y de las que creemos que la ignorancia, los miedos y los temores dominaban la vida de nuestros predecesores. No veo porqué esto ha de ser así: la inteligencia caracteriza a la raza humana sobre todo después de la aparición del lenguaje, que se calcula entre el 100.000 y el 50.000 antes de Cristo. Por lo tanto, no pienso que las cosas, en lo más profundo de nuestras mentes, hayan cambiado substancialmente; y esto porque no hay que confundir sabiduría e inteligencia con ciencia y, sobre todo, con tecnología.

En este principio de relato asumo, sin embargo, que racismo, avaricia, superstición y otros elementos negativos se desarrollaban como hoy en día, al igual que solidaridad, generosidad, observación y otras virtudes encontraban también su lugar. Es decir, en muy pocas páginas he intentado despertar el interés del lector por el relato, jugando con lo que el lector no sabe o ni siquiera supone de épocas tan pretéritas.

Pasemos a examinar este comienzo que se encuentra entre las páginas 8 y 12 de mi Manual del buscador de oro:


Al principio, todo era confusión. Cuando vi el cuerpo de nuestro hechicero sobre la nieve, no fui ni siquiera capaz de determinar si estaba vivo o muerto.

Me encontraba en medio de un valle a medio día de distancia de mi poblado. Un arroyuelo helado cerca de mí y unas elevaciones que contenían grutas un poco más allá. Los pocos árboles que había cerca del riachuelo estaban pelados, eran palos en los que las flores aún tardarían mucho en eclosionar. No era muy tarde, pero el sol caía rápidamente, al menos en la medida en que se le podía entrever, pues gruesas capas de nubes rojizas estaban dispuestas a descargar nieve. Se iba levantando poco a poco un viento helado que presagiaba una tormenta de nieve. Había nevado durante semanas enteras de forma intensa, de forma tal que el suelo estaba blanco, duro y resbaladizo. Sólo esa mañana nuestro dios el sol había salido brevemente para honrar a todos aquellos que habían muerto de frío en los últimos tiempos. Es la cólera divina, castigo de nuestros pecados, que vuelve una y otra vez a pesar de nuestras súplicas.

Había salido a desentumecerme los músculos después de tantas semanas seguidas en la gruta que comparto con las viejas y los niños. Ni siquiera he podido dormir bien, porque aquéllas, tísicas y malolientes, no paraban de rezar, por turnos, y porque éstos, pobres criaturas que no verán más la luz del sol ni oirán cantar a los pardales, ni olerán los frutos de la primavera, ni verán los colores de las flores, ni gustarán el sabor de la manzana recién cortada del árbol; tosían día y noche; algunos ya no tenían fuerzas para aliviar sus pechos y gargantas y otros ya habían entregado su último aliento al dios que gobierna la vida y la muerte. Allí, en aquella cueva, nos ponían a los enfermos, los cojos, los mancos y demás tarados que poco hacíamos por aumentar el bienestar de nuestra gente. El hechicero no se tomaba la molestia de pasar por allí, siquiera de vez en cuando, para aliviar con sus pócimas, ritos y plegarias tanto sufrimiento. Éramos bocas de más que quitábamos el sustento a los cazadores fuertes y a las mujeres con gruesas gestaciones.

Esa mañana nuestro dios el sol nos tocó un poco con sus tentáculos de luz y de calor. Salí afuera con la intención de recoger unas pocas bayas que le dieran más firmeza a mi atribulado cuerpo. El campo estaba tan yermo que tuve que andar durante medio día para llegar al arroyo helado y buscar entre las ramas de los árboles que a su vera se juntaban. Poco había para meter en mi morral, con lo que decidí dar media vuelta y desandar el camino.

Fue como una aparición: allí en medio de un camino, estaba tumbado boca abajo nuestro hechicero. Lo reconocí inmediatamente por su gruesa y brillante capa de reno. Iba a ayudarle a levantarse cuando una figura se movió entre los matorrales y se hizo presente, dándome un susto de muerte. Todo era confusión. Se acercó a mí blandiendo un hacha toscamente fabricada; sus movimientos eran lentos, de manera que, a pesar de no tener más que una pierna, pude esquivarlo fácilmente.

Se plantó frente a mí y me dijo:

- ¿Acaso todos los de tu especie sólo poseen una pierna?

Se notaba que su acento era rudo y rasposo, sobre todo cuando pronunciaba las erres, desde el fondo de su garganta; por lo demás, se expresaba casi tan bien como yo. Yo ya había oído antes hablar de estos hombres, que habitaban un valle a varias jornadas de marcha, pero no los había visto nunca.

- No, todo el mundo tiene las dos; la que me falta me la arrancó de un zarpazo un tigre de dientes de sable. Estuve varios días entre la vida y la muerte.

- ¿Por esa razón llevas ese trozo de roble bajo el brazo?

- Sí, sin esta muleta sólo podría caminar a saltitos.

Mientras hablábamos, le observé atentamente: era bastante más bajo que yo, mucho más peludo y con los brazos tan largos que superaban en longitud a las piernas. El pelo de su cabeza era rojizo y los ojos, de un extraño color azul, se le hundían en sus cavidades orbitales, no dejando escapar más que un fulgor malicioso.

Debió de darse cuenta de que le observaba atentamente:

-¿Te sorprende que sea diferente a ti? A mí también me llama la atención que seas alto, casi sin pelo y con los ojos negros-. Dudó en pronunciar la siguiente frase:

- Sois canijos.

- ¡Somos hombres!-, dije con orgullo.

- Y nosotros también: también sabemos hablar.

Su voz era grave, parecía que una tapia se interpusiera entre los dos. Cada vez me irritaba más esa erre pronunciada como si tuviera un sapo en la garganta.

- Dime -, dijo interrumpiendo mis pensamientos al tiempo que señalaba con un enorme dedo peludo el cuerpo inerte-, seguro que eres más fuerte de lo que pareces.

Me sentí maltratado en mi orgullo. ¿A quién se le podía ocurrir que yo había puesto la mano sobre el representante de los dioses en este mundo?

- ¿Piensas que lo he he matado yo? ¿Cómo iba a cometer semejante barbaridad? También podrías haber sido tú; los de tu especie tenéis fama de ser seres malignos y violentos.

Se rió con fuerza y con ganas:

-¡Vaya! Veo que vosotros os creéis que somos exactamente iguales a como nosotros pensamos que sois. Por otra parte -su voz se hizo aún más rasposa-, cuando llegué aquí tú ya estabas.
No le faltaba razón, si es que era verdad que él no había sido. O yo o él. También cabía la posibilidad de que fuera otra persona. Escogí un camino más práctico, no podíamos estar todo el tiempo acusándonos mutuamente. El frío era intenso, pronto se haría de noche y volvería a nevar. La nieve me llegaba casi hasta las rodillas y el camino de vuelta, un buen trecho, sería penoso para mi única pierna.

- Está bien. Vamos primero a ver si está muerto.

- Lo está-, afirmó rotundamente.

Me agaché apoyándome en mi muleta y toqué el cuello de nuestro hechicero. Estaba frío y duro como una piedra.

- Su cuerpo está frío, ¿verdad? Su espíritu ha partido y por eso la nieve que le rodea está dura. Si viviera, el calor de su corazón habría puesto la nieve blanda.

Las palabras del hombre peludo me llegaron hondo. En efecto, no tenía más remedio que admitir que tenía razón. Entonces, se agachó, dejando su maza a un lado, y él también tocó el cuerpo por varias partes. Siguió hablando:

- Lleva aquí desde después del mediodía. Está muy rígido.

- Pero aún no ha empezado a descomponerse; los demonios no han entrado en su cuerpo para poner gusanos.

- Hace mucho frío; los demonios estarán ahora al calor de sus fuegos. Ya se ocuparán de él mañana, cuando vuelva a salir el sol.

- ¿Crees que se habrá caído?-, pregunté.

- No creo: mira aquí-, respondió señalando una brecha en la parte de atrás de la cabeza; era grande, pero apenas visible por la cantidad de nieve que sobre ella había caído.

- Alguien le ha dado un tremendo golpe en la cabeza por la espalda-, dije yo con la esperanza de que mis comentarios y observaciones también sirvieran para algo.

- Nunca había visto semejante golpe: le ha producido un desgarro tan grande como el zarpazo de un tigre, pero mucho más limpio. Lo que por ahora nos importa es que no fuimos ni tú ni yo.
Me costaba algo seguir su razonamiento. Yo podía estar seguro de mí mismo, pero no sabía qué es lo que había hecho él.

- ¿Desde cuándo está nevando?-, me preguntó.

- ¿Y eso qué tiene que ver? Desde hace días.

- Bien; eso quiere decir que ni tú ni yo habríamos podido estar aquí quietos desde el mediodía con este frío. Por otra parte, no veo que haya restos de fuego para calentarse. No parece siquiera que algún animal se haya acercado: el cuerpo está intacto.

Me parecieron tan correctas sus palabras, a pesar de ese fuerte acento, sobre todo con la erre, que no pude menos que asentir. El hechicero había sufrido las iras de un humano que le había atacado a traición. ¿Por qué? Era la encarnación del miedo y del temor a los dioses, un aliado del diablo, a quien él sólo podía vencer; sin él, no quería ni imaginarme qué iba a ser de nosotros. Allí estaba, caído, muerto, con su gruesa capa de piel de oso cubriéndole, con la mano derecha con la palma abierta, la que utilizó para amortiguar su caída, y la izquierda hecha un puño, como si hubiera querido defenderse.

- Vámonos-, me ordenó el hombretón-. Se va a hacer de noche muy pronto y hay que buscar cobijo para dormir. No tienes tiempo de regresar a tu cueva.

- No, no. Moriremos de frío si no tenemos un fuego cerca.

Se volvió a agachar y le arrancó bruscamente la capa al hechicero, quien quedó, así, desnudo. Me dirigí, horrorizado, al pequeño gran hombre.

- ¿Qué haces? ¿No sabes que no se puede robar a un muerto? Sin su abrigo, su espíritu vagará entre las tormentas de nieve eternamente.

- Puede que así sea-, me respondió calmadamente-. Por ahora sólo hay una cosa cierta: él está muerto y nosotros queremos vivir. ¿Deseas acaso acompañarle por el mundo de las tormentas eternas?

Aún no había oscurecido pero se veía bien poco a causa de la violenta ventisca que se había levantado. Caminábamos con gran dificultad. A causa de mi extrema delgadez y de mi debilidad, apenas podía apoyarme en la muleta; el hombre fuerte y peludo me ayudaba agarrándome por la cintura con uno de sus enormes brazos. Andábamos en llano y no sabíamos bien hacia dónde. Cuando notamos que empezábamos a subir, nos dirigimos una mirada de alegría: ello significaba que podíamos encontrar cobijo en alguna cueva, siempre y cuando no hubiese ningún animal dentro. Ya era noche cerrada cuando creímos entrever una entrada escondida entre matorrales. Entramos y nos dejamos caer en el suelo, exhaustos. Estábamos empapados y con los pies a punto de llegar a la congelación. Afortunadamente en la gruta, de momento, no se escondía ninguna fiera, pero tampoco podíamos estar seguros, la negrura era total y, por el eco de nuestras voces, debía ser grande y profunda.

El hombre peludo sacó un par de piedrecitas y un poco de yesca de su morral; comprobó que seguía seca y se arrodilló.

- ¿Qué vas a hacer con eso? -pregunté tiritando y guardando apenas el equilibrio con mi única pierna.

- Fuego. Así nos podremos calentar. Después comeremos algo.

- No puedes hacer fuego:eso sólo saben hacerlo los hechiceros porque reciben el don de los dioses. ¿Acaso eres hechicero?

- No lo soy, pero los dioses están para todos. ¿No es así?

Frotó durante rato un trozo de madera con la piedra; en algún momento se produjo una chispa y, con una habilidad increíble, la dejó caer sobre el montón de paja que había colocado previamente. Todo se iluminó bruscamente; le echó madera seca y en poco tiempo una hoguera hizo brillar nuestras caras, creando extrañas sombras en las paredes de la gruta. Del mismo morral sacó frutos secos y me invitó a compartirlos. Al cabo de un rato, nos sentimos mejor; pusimos a secar nuestras pieles y nos tapamos con la gruesa capa del hechicero, a todas luces mucho mejor y más caliente que las que llevábamos nosotros.

- Aún no sé cómo te llamas-, le pregunté-. Mi nombre es Knuth, que significa ligero de pies.

- Veo que los dioses han querido cambiar tu destino. Yo me llamo Kirst y no sé lo que significa. Creo que tiene que ver con una antigua palabra que quería decir cereza. De todas formas, los nombres no ayudan mucho en la vida.

- Tengo la impresión de que en tu poblado no hay hechicero que ponga nombres a los recién nacidos.

- ¡Oh! No es eso, tenemos uno, pero se dedica a pintar las paredes de las grutas.

- ¿Para qué? -Yo estaba asombrado.

- Para que la caza sea mejor, es evidente.

- Pues yo no veo por qué pintar una pared va a hacer que caces más.

- En realidad se trata de escenas de caza; nuestro hechicero nos dibuja cómo disponernos para atacar mejor a una manada de búfalos, por ejemplo.

- Eso es más interesante.

- ¿Por qué crees tú que han matado a nuestro hechicero? -pregunté.

- No lo sé y tampoco conozco vuestras costumbres. Pero es un hombre poderoso, que puede aplacar la ira de los dioses y clamar a los demonios. Supongo que eso es suficiente.

- Pero nadie se atrevería a matar a un mensajero divino.

- Es cierto-, Kirst reflexionó unos instantes-. Tiene que haber algo más, porque la verdad es que le han matado, y a traición.

- ¿Alguien que quiere que esa influencia sea para él?

- Más o menos, pero sería más razonable pensar que hay algo más cercano-. La cabeza de Kirst pensaba a gran velocidad. Cuando matas un venado, pongamos por caso, o te comes los sesos de un enemigo, no es tanto para adquirir la velocidad de un animal o para poseer el espíritu del rival: lo primero es comer, porque si no, morirías.

- ¿Y qué quieres decirme con todo eso?- Yo me encontraba bastante despistado y no seguía el razonamiento de mi compañero.

- Simplemente que el que mató al hechicero quería poseer algo inmediato que éste tenía.
- ¿Algo que se puede tocar y ver?

- Eso es.

- ¿Qué puede ser? La capa es muy buena y nos la hemos llevado nosotros.

- Algo mejor que la capa-. Kirst intentaba atar cabos y le costaba.

- Pero de paso podía haberse llevado la capa-. Mi rostro se iba iluminando poco a poco. El calor y el alimento me estaban devolviendo el espíritu.

- Eso hubiera querido decir que el asesino era un ladrón y, por lo que sea, no le interesa. Tiene que ser algo que el hechicero poseía en secreto; el asesino lo descubrió y decidió robárselo. Cara a los demás, si se llega a descubrir que fue él, sólo habría sido una pelea en la que se vio obligado a matarlo por la razón que fuera.

Me quedé pensativo largo rato. Mientras, Kirst se afanaba en buscar dentro de la cueva más ramas secas, y yo pensaba en cuál podría ser el objeto robado. Nadie en mi poblado de miserables cavernas poseía nada que los demás desconocieran; aparte las hachas de piedra y las pieles para taparse, no había nada de valor y, además, todo era de todos.

Kirst vino a romper mis reflexiones echando más leña al fuego:

- La única forma de saberlo es yendo mañana a ver más de cerca el cuerpo del hechicero. Puede que el asesino no lo haya encontrado.

- ¡Pero si lo hemos dejado desnudo!

- Sólo te digo que hay que comprobarlo. Quizá tengamos suerte, nunca se sabe. Por ahora, tenemos que reponer fuerzas, estamos demasiado cansados; hay que dormir profundamente; tu única pierna te hace gastar mucha fuerza. Con el calor, dormiremos mejor y con el fuego los animales no se acercarán.

Dicho esto, nos tapamos bajo la misma capa y juntamos bien las espaldas para darnos calor mutuamente. Kirst era demasiado peludo y yo sentía mi piel irritarse por ello. Finalmente, la fatiga pudo con los dos y nos quedamos dormidos en muy poco tiempo.

A la mañana siguiente, la luz que entraba por la boca de la cueva nos despertó; el fuego ya se había apagado, pero nuestras pieles se habían secado. Nos las pusimos, Kirst recogió la capa y salimos. Nos resultaba difícil saber por dónde habíamos ido a parar a la caverna, con lo que decidimos seguir pendiente abajo, en dirección contraria a como habíamos venido. El cielo estaba plomizo, no nevaba pero los restos de la ventisca hacían imposible encontrar nuestras propias huellas. Era bastante posible que se pusiese a nevar de nuevo. Siguiendo el curso de un arroyo helado, fuimos a parar al mismo sitio donde nos habíamos encontrado el día anterior. Casi pasamos de largo, pues la ventisca había tapado el cuerpo del hechicero. Era un pequeño montículo en medio de la estepa. Lo desenterramos y observamos que nadie había tocado allí, sin duda debido al temporal caído.

- Hay una cosa que he estado pensando-, empezó Kirst-. El hechicero, al recibir el golpe por detrás, tuvo el impulso de caer apoyándose con su mano derecha abierta. Pero la izquierda estaba en forma de puño.

Miré y vi que así era. La palma de la mano derecha había llegado a tomar contacto con el suelo, mientras que la mano izquierda se había cerrado y estaba escondida parcialmente debajo de su vientre.

- ¿Crees que deberíamos abrirle la mano, para ver si llevaba algo en ella?

- Eso es lo que propongo-. Kirst se estaba ya agachando.

- Pero si hay algo, sería robarle dos veces, y ahora no hay excusa que valga. Nuestros espíritus abandonarán nuestros cuerpos y no nos dejarán nunca jamás tranquilos.

Kirst esbozó una ligera sonrisa, que, a mis ojos, resultaba grotesca debido a sus rasgos anchos y a su tez oscura y peluda. Sus pequeños ojos brillaban sin ser vistos en lo más profundo de sus órbitas.

- El que no se encontrará nunca tranquilo si no abrimos esa mano seré yo. Y me arrepentiré siempre de no haberlo hecho-, sentenció Kirst. Ahora bien, si no quieres ayudarme por tus inquietudes espirituales, puedes marcharte.

Por toda respuesta, me agaché e intenté abrir el puño del hechicero. Tenía el cuerpo tan congelado que era como una roca. Los dedos se negaban a ser abiertos. Kirst echó mano de su hacha de piedra y empezó a golpear con fuerza el puño. Se oyó un ruido de huesos rotos, le había destrozado la mano. Ahora era fácil abrirla.

Nos quedamos boquiabiertos. Era un trozo de piedra bastante grande que brillaba como la luz del sol. De color amarillo vivo, parecía un trozo de fuego en medio de tanta blancura.

- ¡Es oro! -Exclamamos los dos al mismo tiempo.

- Nunca antes lo había visto-, confesé-. Dicen que quien lo posee llevará una vida llena de ventura y que no necesitará salir a cazar o a coger frutos.

- Y que te convertirás en un hombre fuerte y que vivirás más.

- Y que los dioses te acogerán en su seno para siempre.

- Y que tendrás todas las mujeres que quieras-, sentenció Kirst con alegría.

- Guárdalo en tu morral- le sugerí- y prosigamos la marcha; puede que encontremos más.

- Prosigamos la marcha simplemente -respondió Kirst-. Todavía tenemos que buscar algo que comer, piensa que los días son muy cortos.

- Podemos ir a mi poblado-. Me sentía cansado.

- Y si descubren el oro, no tardaremos ni lo que el gallo tarda en cantar en que nos cuelguen de los pies en el árbol más alto.