domingo, 12 de septiembre de 2010

La poesía es un arma cargada de futuro (Gabriel Celaya). Parte I.

El poeta Gabino-Alejandro Carriedo, mi tío.


Si algo puede caracterizar el acto poético es, precisamente, este verso de Celaya que da nombre a esta sección. La poesía como arma para el futuro, como arma cargada de paz, de amor, son sin duda alguna los grandes temas de la poesía de todos los tiempos. En este poema de Celaya hay un cuarteto sobre el que merece la pena reflexionar:
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Es la poesía comprometida con su tiempo, es la poesía revolucionaria. La gran polémica entre poesía engagée o la que prefiere l'art pour l'art no refleja, a mi modo de ver, más que la adaptación poética a cada época, y ese es el gran mérito de toda buena poesía, de toda buena literatura, del arte.

De la misma forma, cuando se empezó a abandonar la poesía métrica por la de libre verso y rima, muchos clamaron al cielo, y el tiempo puso todo de nuevo en su sitio: tanto una forma de escribir como otra depende de la necesidad de ese acto poético en particular, razón por la cual hoy en día son la mayoría de poetas los que combinan ambas formas.

Os expongo dos ejemplos escritos por mí: uno manteniendo la forma clásica del soneto, otro con forma libre. Nada ni nadie me pidió que escribiera de esa forma, simplemente cada uno de estos dos poemas nació de forma diferente.

El primero está dedicado a mi hija, Emma.


Para Emma

Mi Emma, eres tan inteligente
que te conviertes en felino, gata
que caza sus presas con clara mente
y sin morder, dulcemente, no matas,

sino que inyectas cariño y dulzura;
sin que tu presa se de cuenta, es tarde,
de la suave, amorosa atadura
que en su corazón ingenuo ya arde.

Emma, eres tan lista y silenciosa
que te conviertes en gata, felino
que no se ve, invisible, preciosa

que un buen día me atrapaste, morosa;
desde entonces el mejor de los vinos
sabe tan rancio, a tan poca cosa.


Y aquí, el segundo:


Bebías en la amargura del café, negros posos que
en nada presagiaban el retorcimiento del dibujo
de la taza de porcelana que tus manos ahuecadas
sujetaban como si de un hornillo se tratase, para
buscar el calor de mi cuerpo hipertenso y excitado
bajo las sábanas cuyo dibujo imitaba al de la taza
de café, bajo mi cuerpo buscando un refugio a tu
frialdad, a tu manera de hecerle frente a un enemigo
que se refugiaba dentro de ti y al que yo, pacifista
de toda la vida, eliminaba uno a uno friamente
con tal de robarles el calor que te vampirizaban
y que, sin embargo, yo procuraba para ti y para mí
en aquella noche sacra en que nos conocimos por
vez primera, en aquella cama vieja y destartalada
que hacía un ruido de mil demonios cada vez que
mi cuerpo sacudía el tuyo con la intensidad de mil
rayos y truenos golpeando a la vez sobre tu
vientre de profesora educado y refinado en sus modales
para que gozara del calor de mi dureza aparente,
de mi tibiedad blancuzca llegado el momento,
calma proporcionada sólo por el ojo del huracán,
lapso de diez minutos entre tormenta y tormenta
desatada por el fragor de la batalla, noche de estrellas
y de galaxias, de planetas y de satélites orbitando
alrededor de nuestra vieja cama destartalada,
chispas que salían de sus muelles, chiribitas descontroladas
yendo y viniendo entre tus pechos y mi pecho,
entre tus piernas y las mías, entre tus manos y mis dedos
cargados de electricidad que te hacían saltar a la mínima caricia,
sí, mi gatita, sólo poniéndote la palma de la mano
en tu triangulo de rizos de carbón que yo blanqueaba
a cada sacudida, tarea ingente habida cuenta de la
desproporción existente entre la producción mundial
de hulla y de lactosa, experimento de primer orden
para nosotros dos, resultado positivo para nosotros dos,
música celestial que aún resuena en mis oídos y te juro
que resonará por siempre jamás, amor, amor mío,
amor de mi alma, en esa vieja cama destartalada,
mi gata, mi dulce amada.

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