domingo, 22 de agosto de 2010

¿Impostura? nº 2: Recomendación de libros: Confesiones de un contrabajista

Berlín. Fotografía de Ana Serrano.
Der Mörder Baton, traducción de Domingo Plácera, Anegrama, Barcelona, 2008. 150 pág.

Como todo libro, Confesiones de un contrabajista tiene su historia. El contrabajista Dietmar Freistück (1920-2003) dejó, al morir viuda, hijos y nietos. A la muerte de su mujer, en 2007, su nieto Hans rebuscó entre los papeles de su abuelo antes de vender el piso en el que habían vivido. Y se encontró con una especie de cuaderno en el que su abuelo había ido escribiendo a lo largo de toda su vida, sin mucho concierto, pues nunca fue su intención publicar nada. Hans, que entoces trabajaba en una editorial, decidió editarlo y publicarlo. Ahora llega a las librerías españolas en una excelente traducción, en la que se mejora hasta el incomprensible título en alemán.


Dietmar Freistück fue un niño prodigio del contrabajo. A los dieciséis años fue admitido en la Filarmónica de Viena, donde tocó con los mejores directores y donde coincidió con Von Karajan durante años; conoció personalmente al Führer y viajó hasta la España franquista en el invierno de 1940 para tocar delante del Generalísimo. Perteneció desde muy joven a las juventudes hitlerianas y posteriormente se afilió al partido nazi.

Su interés para nosotros se despierta cuando comienza a hartarse de tocar durante horas do-mi-sol, do-mi-sol. Por supuesto, Freistück no era ningún ignorante y sabía que el esqueleto de toda composición se basa en los contrabajos. Pero él estaba cansado de tener que tocar siempre lo mismo. Su evolución -más bien habría que decir su revolución- personal llega cuando se decide a frasear por su cuenta en obras de autores contemporáneos. Stockhausen, Hindemit y otros son sus víctimas. Al tiempo que "trabaja" por su cuenta en la orquesta, su ideología política va girando hacia valores humanos claramente comprometidos con la izquierda. En 1965 le declaró a su mujer que se había afiliado al Partido Comunista Alemán, justo después del estreno mundial de una obra de Luis de Pablo (increíblemente, también estrenaba en Alemania) donde, en medio del estruendo general de la orquesta, él fraseó La Cucaracha, bajo la mirada atónita de sus compañeros. El director, que era el compositor mismo, no se percató de la impostura. Más tarde, y siempre en la línea de Cristóbal Halffter y otros, tocaba Die Lorelei y otras canciones populares alemanas.

El engaño no podía durar más tiempo, con lo que fue denunciado por sus compañeros contrabajistas. Von Karajan afinó la oreja y le cazó. Para entonces, Freistück había rechazado varias ofertas de pasarse a la RDA y de espiar para ella. Hombre leal, sólo buscaba su libertad y una paz mundial.

Los responsables de la orquesta, incapaces de despedir a un gran contrabajista, acordaron recomendarle al Estado que le concediera una invalidez absoluta. El objetivo de Freistück se había cumplido: la repetición y el estar al mando de una batuta nazi no era lo suyo.

Merece la pena recomendar este libro por su humanidad y por el buen trabajo de edición de Hans, el nieto, quien ofrece una visión muy humorística y afectuosa de su abuelo. Finalmente, indicaré que el libro está repleto de anécdotas muy sabrosas para todo aquél que quiera saber qué pasa en una orquesta cuando está en plena ejecución.

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